viernes, 28 de junio de 2013

Caída y auge de Reginald Perrin, de David Nobbs




Que la gran popularidad de Caída y auge de Reginald Perrin se debe sobre todo a la serie que produjo la BBC en los años 70 queda de manifiesto por dos curiosos hechos: que el título original de la novela era La muerte de Reginald Perrin, pero debido al éxito de su adaptación, en sucesivas ediciones cambió de título; y que las continuaciones de la saga vinieron como adaptaciones literarias de las siguientes temporadas de la serie, y no al contrario, como suele ser habitual.

Y lo cierto es que la novela de David Nobbs ya lo tenía todo para ser fácilmente llevada a la televisión. Su personaje principal, Reggie, es un ejecutivo de mediana edad que llega a ese momento de incertidumbre en el que, sin ningún motivo en particular, todo pierde sentido. Pero en lugar de resignarse, decide cambiar por completo de vida. Y así tenemos planteado un carrusel de situaciones grotescas en las que pondrá a prueba su ingenio.



La primera parte de Caída y auge recuerda a la posterior Wilt, del recientemente fallecido Tom Sharpe. Un plan en apariencia alocado durante cuya ejecución el aturdido protagonista tendrá que evitar todo tipo de obstáculos y hacer frente a una galería de personajes cuya variedad solo tiene una cosa en común: la excentricidad. En la segunda parte Nobbs se acerca más al Wakefield de Hawthorne: cuando parecía imposible, la trama se vuelve todavía más inverosímil. Tanto como por saber de qué manera Reggie va a salir del embrollo, el lector puede preguntarse cómo Nobbs resolverá el puzzle que ha ido organizando. Y lo hará sorprendiendo hasta el final.


Otro punto que facilitó su adaptación televisiva es que la novela se construye básicamente a través de diálogos. Unos diálogos frescos y directos, con una gran cantidad de coloquialismos y marcas características de cada personajes, muy bien adaptados por Julia Osuna Aguilar. La elaborada trama y la vivacidad de los diálogos consiguen que el libro se lea con un continuado placer y que contagie buen humor.  


Editorial Impedimenta
Traducción de Julia Osuna Aguilar


jueves, 27 de junio de 2013

Personas como yo, de John Irving



Da la sensación de que en el imaginario mercado de valores literario (tan fiable como el real) las acciones de John Irving llevan tiempo a la baja. Sí, sigue siendo un autor respetado y sus nuevos libros tienen cierta repercusión, pero digamos que la aparición de una nueva novela con su firma ya no es un “acontecimiento”. Y sin embargo, en Personas como yo demuestra que sigue siendo un escritor de primera categoría.

Quizá el que no se le preste tanta atención se deba a su reincidencia en ciertos temas y personajes. La sexualidad conflictiva, un internado en Nueva Inglaterra, viajes por Viena y otros lugares de Europa (en esta ocasión, con un importante papel para Madrid), el ejercicio de la lucha... Pero que un autor se mantenga fiel a sus principios, siempre que no caiga en la reiteración o la autocomplacencia, no debería ser un problema. Como dice un personaje en esta novela respecto a los libros que escribe el protagonista: “Los mismos temas de siempre, pero mejor tratados: los llamamientos a la tolerancia nunca cansan”.



Porque precisamente eso es Personas como yo, un alegato por la tolerancia y la diversidad. Pero sin la moralina ni la pesadez que suele acompañar estas proposiciones. Primero, porque Irving mantiene intacto su buen humor, su maestría en las escenas cómicas y los diálogos brillantes. Además, la construcción de la novela es soberbia: Irving plantea un juego de planos temporales que resuelve con (aparente) sencillez y logra mantener en todo momento la atención del lector. Y, una vez más, Irving dibuja un plantel de personajes difícilmente olvidable, desde Bill su protagonista, un chico bisexual que no encuentra referentes, pasando por la señorita Frost, una misteriosa bibliotecaria que lleva con dignidad su ostracismo, o Elaine, la amiga íntima de Bill que soportará junto a él las bofetadas de la vida.

Personas como yo combina la comicidad de la que hablábamos con una experiencia mucho más terrorífica. En los libros de Irving también es habitual encontrarse con sucesos luctuosos, pero pocos tan terribles como el mostrado en el capítulo Un mundo de epílogos, en el que se describe sin tapujos todo el dolor y la pérdida producidas por el sida durante su época más asoladora, en los años 80.

Después, llegará la visita a Madrid y el extraordinario final. Si Dickens siempre ha aparecido como el mayor referente de Irving (y Personas no es una excepción), aquí Shakespeare también tendrá un papel protagonista. Porque si los temas elegidos por Irving en otras manos podrían caer en el sensacionalismo (“el Excesos” llaman al novelista Bill), la delicadeza de su escritura y su capacidad de comprensión logran que sus libros sean también manuales de convivencia.

Editorial Tusquets
Traducción de Carlos Milla Soler



viernes, 21 de junio de 2013

Ethan Frome, de Edith Wharton



Se suele considerar la novela corta o nouvelle como un formato intermedio entre la novela, más ambiciosa y capaz de aglutinar todo tipo de recursos, y el cuento, más limitado y preciso. Sin embargo, dejando aparte cuestiones de extensión, la novela corta alcanzó a finales del siglo XIX y principios del XX una entidad propia y característica. Ethan Frome es una obra maestra que ejemplifica por sí mismo lo que puede dar de sí este formato.

Si se habla de Edith Wharton, enseguida surgirán dos ideas comunes: La edad de la inocencia y “la discípula de Henry James”. Pero Wharton, además de contar en su bagaje con atributos tan curiosos como ser una de las pioneras del diseño de interiores, fue una de las grandes escritoras americanas de su época (así, sin tutelas) y en su carrera escribió mucho más que La edad de la inocencia.



En Ethan Frome eligió un espacio muy cercano a ella misma, Nueva Inglaterra; unos personajes a los que conocía de primera mano, no tanto por su clase social (aquí gente del campo), como por su comportamiento moral; y un estilo inconfundible en el que el manejo del punto de vista y la dosificación en el suministro de información son utilizados con una maestría ejemplar.

La historia de la nouvelle puede parecer tópica: un hombre casado con la mujer equivocada que entabla una nueva relación imposible avocada a la tragedia. Pero Wharton sabe narrar esta anécdota de una manera sutil. Cada detalle cuenta, cada giro logra sorprender, cada nuevo personaje aporta una nueva capa de conocimiento. Ethan Frome puede ser una novela corta, pero desde luego no es un libro pequeño.

Editorial Alba
Traducción de Ángela Pérez


martes, 18 de junio de 2013

Retratos en miniatura, de Lytton Strachey


La vida extravagante de Lytton Strachey ha hecho que se convierta en uno de esos escritores casi más famosos por su propia biografía que por sus libros. De hecho, aparte de por Victorianos eminentes, hoy apenas es reconocido más allá que como perteneciente al Círculo de Bloomsbury. Sin embargo, la lectura de Retratos en miniatura demuestra que se trata de un autor que todavía se lee con gusto. Su estilo mezcla una ligereza deliciosa con una visión más penetrante de lo que pudiera parecer en un primer acercamiento.

Al hablar de John Aubrey, Strachey dice que “Una biografía debería ser tan larga como la de Boswell o tan breve con las suyas (…). Es mejor prescindir de los tamaños intermedios, son preferibles las esencias puras: una imagen nítida, sin explicaciones, transiciones, comentarios ni verborreas”. Está claro a quién se está refiriendo Strachey en realidad.



Y, precisamente cuando habla de James Boswell, Strachey desliza otra clave de su manera de entender el arte de la biografía: “Sería difícil encontrar una refutación más contundente de las lecciones de moralidad barata que la biografía de Boswell. Uno de los éxitos más notables de la historia de la civilización lo logró una persona que era un vago, un lascivo, un borracho y un esnob”. En la línea de Edith Sitwell y su Excéntricos ingleses, Strachey no se centra en las grandes figuras de la historia, sino en personajes peculiares y a menudo marginales, que a su modo, y al entender de Strachey, resumen el carácter de una época.

Muchas veces estos personajes son totalmente desconocidos para el lector español, pero eso no es un problema, pues tampoco es que el lector inglés esté familiarizado con ellos. Por eso no es tan extraño que la segunda parte de Retratos en miniatura esté dedicado a seis historiadores. Porque para Strachey la Historia, al no ser una ciencia, debe ser un arte. Y como artistas trata a Hume o Gibbon. Lo importante no es lo que cuentan, sino cómo lo hacen y cómo hablan de sí mismos en su obra. Después de todo, Strachey es la demostración de que al final eso es lo que cuenta.

Editorial Valdemar
Traducción, prólogo y notas de Dámaso López García


lunes, 17 de junio de 2013

La chica sobre la nevera y otros relatos, de Etgar Keret



Pese a que la literatura israelí contemporánea posee grandes nombres reconocidos internacionalmente (destaca el trío formado por Amos OzDavid Groosman y Abraham B. Yehoshúa), da la sensación de que sus escritores siempre son juzgados por cuestiones que van más allá de lo literario. Al conocer a Etgar Keret, autor más joven que los citados y uno de los más leídos en su país, el lector no podrá evitar permanecer ajeno al contexto político, pero se verá tan sorprendido y golpeado por sus extrañas historias, que bien podría pasar por un escritor de ciencia ficción.

Solo que en los relatos que conforman La chica sobre la nevera no hay monstruos del espacio exterior ni científicos que crean máquinas fabulosas, sino un conjunto de personajes que se comportan con aparente normalidad, hasta que de repente, y sin que se produzca un quiebro en la narración, lo extraordinario sucede. Como si tal cosa.



Los relatos de Keret son breves piezas de entre tres y cinco páginas a través de las cuales el lector se ve asaltado por todo tipo de sensaciones... en la mayoría de los casos violentas. Un tema que se repite en el libro es la magia y los magos. En un sentido entre metafórico e irónico, se podría elegir como representativo El truco del sombrero, relato en el que un mago que anima fiestas infantiles deja su trabajo después de sacar de su chistera la cabeza de un conejo. Solo la cabeza.

Son cuentos neuróticos que retratan un mundo incomprensible, dominado por la violencia gratuita y la imposibilidad del humanismo. También hay humor y desesperación. Quizá lo más aconsejable no sea acabarlo del tirón, sino ir dosificando su lectura y acercarse a sus cuentos con precaución cuando nos sentamos necesitados de una buena sacudida emocional.

Editorial Siruela
Traducción de Ana Bejarano


viernes, 14 de junio de 2013

Plegarias en la noche, de Dennis Lehane



En los últimos años Dennis Lehane parece haber ingresado en las Grandes Ligas de la mano de su monumental Cualquier otro día y de Vivir de noche, galardonada con el premio Edgar y recién publicada en español. También ha alcanzado un amplio público gracia a varias adaptaciones de sus novelas, apartado en el que ha tenido suerte con las magistrales Mystic River y Adiós, pequeña, adiós, y algo menos con la versión que Scorsese hizo de la impactante historia que contenía Shutter Island. Incluso su nombre ha aparecido como firmante de algunos episodios de la serie de televisión más aclamada de los últimos años: The Wire.

Pero Lehane tiene antecedentes. Aunque el autor de Boston es un gran innovador de la novela negra, solo se le puede considerar un maestro porque también es un gran conocedor de su tradición. Y qué tradición más venerable en este género que las series de detectives. Cuando un novelista logra perfilar unos personajes redondos, es difícil que se resista a edificar una saga, y los detectives Kenzie y Gennaro son antológicos.



En esta ocasión nos centramos en Plegarias en la noche, la quinta entrega de la serie. Obviamente lo más apropiado es leer cada entrega de manera cronológica, pero también se pueden leer de manera desordenada, sobre todo para un primer acercamiento al universo de Lehane, a ese Boston sucio y plagado de delincuentes que él ha vivido desde dentro y que sabe describir como nadie.

Aunque en realidad Lehane tiene sus precursores. Basta abrir las páginas de Plegarias al azar para encontrarse con unos diálogos tan contundentes y frescos como los de George V. Higgins. Pero lo que sitúa a Lehane fuera de categoría es que no solo maneja con una habilidad electrizante los diálogos, sino que también es un perfecto ingeniero a la hora de elaborar los otros pilares de la creación novelística: sus personajes son inolvidables, cercanos, aterradores, divertidos, según las necesidades; y sus tramas están construidas a prueba de bombas.


Plegarias es uno de esos libros que hay que dejar para cuando se tiene un buen rato libre, porque una vez se ha empezado, se quiere llegar hasta el final. Es más, es casi imposible dejarlo según en qué momento. Kenzie y Gennaro han vuelto, y la mejor literatura negra de nuestro tiempo les acompaña.  

Editorial RBA
Traducción de María Vía

miércoles, 12 de junio de 2013

Adiós a todo eso, de Robert Graves


Robert Graves es ante todo conocido como el autor de Yo, Claudio, novela en la que se basó la famosa serie de televisión de la BBC. Pero además de escribir novelas históricas, Graves también fue un admirado poeta, un traductor de lenguas clásicas todavía reimpreso, un erudito especialista en temas como los mitos griegos o la religión judía... Y el autor de Adiós a todo eso, una de las mejores autobiografías inglesas del siglo XX.

Pese a estar escrita cuando Graves solo tenía 33 años, el libro reúne tal cantidad de vivencias, y está escrito con tal soltura, que parece obra de alguien mucho más maduro. La primer parte, tras narrar los antecedentes familiares, está consagrada a relatar las experiencias del joven Graves en Charterhouse, una exclusiva escuela privada. Desde Orwell hasta Christopher Hitchens, la descripción de las miserias vividas en estas retrógradas instituciones se ha convertido en un clásico de las autobiografías británicas, y la aportación de Graves se encuentra entre las más destacadas, quizá porque logra combinar el patetismo de la situación con su sempiterna ironía.




Porque si hay algo que llama la atención en Adiós a todo eso, es el buen humor que su autor mantiene a lo largo de todo el libro. La parte central y con diferencia más extensa de Adiós, es la dedicada a la I Guerra Mundial, una carnicería casi inverosímil para cuya descripción el autor no se ahorra ningún detalle.

Sin embargo, su visión siempre mantiene cierta distancia, una mirada compasiva, pero también relativista. Es complejo entender que alguien como Graves, pacifista convencido, consciente de lo absurdo de la guerra y asqueado por el comportamiento de sus superiores y la cotidiana muerte de sus amigos, a la vez sienta orgullo de su papel como militar y en cada momento anteponga su servicio a la nación por delante de sus creencias personales. Hay que haber vivido esa situación, nos viene a decir, para poder comprenderlo.

La última parte del libro está dedicada a su retirada vida en el campo (no tan idílica como pudiera parecer); sus estudios en Oxford, donde conoció a algunos de los personajes más relevantes de la época, en especial a T.E. Lawrence; y su hilarante estancia en una universidad egipcia. Más tarde, Graves se instalará en Mallorca y permanecerá allí casi ininterrumpidamente hasta su muerte. Ya ha dicho Adiós a todo esto, es decir, a Inglaterra.  

El Aleph Editores
Traducción de Sergio Pitol