martes, 11 de noviembre de 2014

Harriet, de Elizabeth Jenkins


Que la historia narrada en Harriet esté basada en hechos reales (cuando esta advertencia no se había convertido en nicho de películas para televisión) solo añade una pizca más de terror a un relato capaz de poner los pelos de punta al lector más entrenado. Porque lo verdaderamente pavoroso del libro es que los monstruos que aparecen en él no son los típicos psicópatas a los que la ficción ya nos ha acostumbrado, sino personas en apariencia normales. Incluso los hay bondadosos, pero que prefieren mirar para otro lado, lo que los convierte en cómplices de la abominación.

El relato de Elizabeth Jenkins comienza como tantas historias convencionales, con una mujer débil y un trepa que intenta aprovecharse de ella. Incluso en un primer momento hay cabida para el humor, el tono ligero. Pero desde el principio hay algo en el subtexto que inquieta al lector. No se sabe muy bien qué está pasando, y de hecho no hay nada en la narración que subraye el peligro, pero se percibe la incomodidad, el terror larvado, la cuenta atrás hacia la tragedia.




Precisamente la característica más notable del estilo de Jenkins es su sutileza. En un primer momento hasta se la podría acusar de frialdad. Pero, casi siempre de manera indirecta y sin dar importancia, va sembrando la novela de sucesos turbadores. El ambiente es enrarecido, los personajes, poco a poco, van desvelando su verdadero rostro. Y, lo que era impensable, cobra forma. La manera en la que el mal en estado puro se desliza entre la cotidianidad tiene su equivalente en cómo Jenkins introduce escenas de lo más chocante en medio de una aparente normalidad.

Aunque el suceso del que la autora se sirvió como inspiración tuvo lugar alrededor de 1875, el libro fue publicado en 1934, y resulta difícil no asociar su argumento con el periodo histórico que vivía Europa por esas fechas. No se trata de una parábola sobre el nazismo, pero a través de sus personajes sí que podemos indagar en los procesos psicológicos que llevaron a miles de personas supuestamente razonable a abrazar el horror. En este sentido, la última parte de la novela, que puede parecer un añadido que se aparta del tono general del libro, es una obvia toma de partido por parte de la autora. El lector también tendrá que decidir.

Editorial Alba
Traducción de Catalina Martínez Muñoz

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