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martes, 17 de marzo de 2015

Una historia violenta, de Antonio Soler


Aunque ya desde el título el lector sabe a lo que atenerse, la brutalidad de Una historia violenta, expresada de una manera seca y neutra, casi como si el narrador, víctima de la misma, la observara desde una asepsia quirúrgica, tiene un doble impacto logrado precisamente por su rudeza y su contundencia implacable. Si Antonio Soler hace que el narrador adulto puede contemplar con perspectiva los sucesos que vivió su niño protagonista, la inmediatez que se le revela al lector no cuenta con la distancia necesaria para asimilar el golpe.

En el libro en ningún momento se especifica el momento ni el lugar en el que se desarrolla la acción, por lo que si no conociéramos al autor tendríamos pocas pistas para identificar estas claves. Pero es que tampoco importa demasiado, porque el interés de Soler parece ser más antropológico que sociológico. El comportamiento de sus criaturas, sus motivaciones y reacciones, son expresadas de manera implícita, pero son lo suficientemente humanas como para que todo se pueda comprender.




El argumento de la novela es mínimo, marcado en cada una de sus partes por un acontecimiento muy concreto alrededor del cual se crean pequeñas historias domésticas y giran una serie de personajes familiares reconocibles tanto en sus aspectos cotidianos como de tradición literaria. Pero ese ambiente casi costumbrista choca de manera sutil con esas explosiones en las que la naturaleza más primaria de algunos de los personajes se manifiesta sin cortapisas.

Y este impacto es todavía más potente en la parte final, de una escabrosidad que el estilo aparentemente imparcial no ayuda a hacer más asimilable. Al contrario, Soler sabe moverse en el territorio de la frialdad para dibujar escenas que dejan al lector congelado, pero es un hielo que quema. A lo largo de toda la novela el crescendo ha estado perfectamente pautado, y cuando llegamos a la desgracia con la que se cierra el libro la acumulación de violencia ha sido tal que la agonía solo puede dar paso a la perplejidad.

Editorial Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores

lunes, 27 de octubre de 2014

El mundo hasta ayer, de Jared Diamond


Desde el principio, Jared Diamond no esconde sus desmedidas ambiciones con El mundo hasta ayer: “El tema de este libro es, potencialmente, todos los aspectos de la cultura humana, de todos los pueblos del mundo, durante los últimos 11.000 años”. Se podría decir que Diamond va sobrado, pero de lo que tiene sobreabundancia es de conocimientos. Biólogo evolutivo de formación, profesor universitario de Geografía, apasionado ornitólogo y antropólogo portentoso, estas son solo algunas de las materias sobre las que Diamond demuestra tener un conocimiento enciclopédico, al que además añade un gran talento para el análisis y un impulso divulgador que ha labrado su fama y su prestigio.

Si concretamos un poco más que el propio Diamond, se podría decir que el propósito de El mundo hasta ayer es comparar el universo de las sociedades tradicionales (las formadas por bandas y tribus) con las sociedades industrializadas. Diamond no idealiza ese mundo en vías de extinción, ni tampoco se erige en moralista. Para él no hay categorías absolutas y cada forma de vida tiene sus puntos fuertes y sus inconvenientes. Con una experiencia de más de cinco décadas en las que ha experimentado en su propia carne la vida en condiciones muy diversas, Diamond sabe de lo que habla.

En la primera parte del libro Diamond se centra en las diferentes formas de guerra que se han desarrollado a lo largo del tiempo. Su tesis principal coincide con la expuesta en detalle por Steven Pinker en Los ángeles que llevamos dentro: pese a lo que pudiera parecer, en las sociedades tradicionales la mortandad provocada por la guerra es mucho más alta que en las sociedades industrializadas. Incluso las masacres provocadas durante las dos guerras mundiales del siglo XX se quedan en poco comparadas con el índice de muertes causados por las escaramuzas tribales, siempre que se tenga en cuenta la proporcionalidad.

Tras analizar los motivos, consecuencias y extensión de las guerras, Diamond se centra en la figura de jóvenes y ancianos en las diferentes sociedades. Aquí el lugar común se acerca más a la realidad, ya que el autor demuestra la mayor libertad y su consecuente responsabilidad que se da a los jóvenes pertenecientes a sociedades tradicionales desde épocas muy tempranas de su desarrollo, y también el mayor respeto e integración que tienen los ancianos. Por supuesto, esto no supone categorías absolutas, pues hay grupos que han mantenido el infanticidio como un recurso ampliamente practicado y admitido, y otros que sencillamente dejaban de alimentar a sus mayores cuando no eran útiles. Diamond explica el porqué de estos comportamientos que para la moral occidental son sencillamente aborrecibles y nunca oculta lo que las muchas veces idealizadas sociedades tradicionales tienen de terrible.




Después de comparar algunas diferencias entre los peligros más acechantes para cada modelo de sociedad, Diamond se centra en grandes cuestiones, como la religión, la salud y el lenguaje. Una cuestión que ha plantado grandes interrogantes a los científicos evolutivos es el de la religión, ya que por su extensión en todo tipo de culturas y a lo largo de la historia debe tener un componente adaptativo. Una vez más, no se trata de si es algo bueno o malo, sino de su función y su sentido. Como en muchos otros casos, Diamond apuesta por el valor cohesionador que supone compartir unas creencias comunes y su utilidad para la comunidad. En cuanto a la salud, donde los contrastes entre las sociedades occidentales (y occidentalizadas) y las preindustriales es muy evidente, Diamond aboga claramente por un estilo de vida más natural y consciente de los peligros de los hábitos alimenticios modernos.

Un aspecto que es particularmente interesante parta nosotros es el dedicado al lenguaje. Diamond documenta el multilingüismo de las sociedades tradicionales, enfrentado al escaso conocimiento de lenguas en el mundo desarrollado (especialmente en el caso de los uniformemente monolingües Estados Unidos). El mundo vive actualmente un proceso de empobrecimiento lingüístico sin precedentes (un idioma desaparece cada nueve días), y es habitual escuchar lamentos por esta pérdida irremediable. Pero se suelte trata de argumentos sentimentales. Diamond trata de demostrar por qué se trata de una verdadera tragedia. Sin embargo, en este punto el autor no logra convencernos.

Se ha demostrado que el bilingüísmo es beneficioso, pero la desaparición de multitud de lenguas no impediría la posibilidad de seguir enriqueciendo nuestra percepción del mundo a través de los como mínimo cinco grandes idiomas que no tienen ninguna posibilidad de desaparecer. Diamond también habla de la pérdida cultural que supondría no solo que se deje de hablar un idioma, sino que su pasado y su literatura ya sean indescifrables, pero en cualquier caso nadie más allá de sus practicantes tiene acceso a ese acervo cultural, y una labor documental sería suficiente para conservar el legado por motivos de estudio. En cuanto el tercer motivo esgrimido por el autor, el poder de la lengua para cohesionar socialmente, es tan difícil de demostrar como de rebatir.

Editorial Debate
Traducción de Efrén del Valle