martes, 16 de julio de 2013

El canto del cisne, de Edmund Crispin



Hasta tal punto El canto del cisne contiene tantos elementos de la novela clásica de detectives que podría tomarse como un popurrí del género. Pero el nombre de Edmund Crispin, que ya nos había demostrado en La juguetería errante su habilidad para mezclar tramas elaboradas con un toque de humor irresistible, garantiza que no estamos ante un cajón de sastre revuelto, sino ante un plato perfectamente cocinado con todos los ingredientes que los admiradores de las historias de detectives esperan encontrar.

Aquí tenemos a Gervase Fen, el excéntrico profesor metido a detective infalible; la ciudad de Oxford, evocador escenario donde los crímenes más absurdos se convierten en materia de estudio erudito; una compañía de ópera rebosante de egos que prepara el estreno de Los maestros cantores de Wagner; un supuesto suicido con algunos cabos sueltos (literal); y no una, sino hasta tres parejas de enamorados que mezclaran sus cuitas con la investigación del crimen. Por supuesto, también habrá otros personajes a cuál más lunático y escenas en las que la sutil línea entre tradición y parodia se ve todavía más enflaquecida.



Pero hay un apartado en el que Crispin se aparta de las normas del género detectivesco. En este tipo de libros, al contrario que en la novela negra, a menudo lo más importante es saber “quién lo hizo”, el famoso “whodunit”. Por el contrario, y sin que ello signifique que Crispin sea negligente en la elaborada resolución del caso, en El canto del cisne lo más divertido es conocer las peculiaridades de cada personaje, dejarse llevar por su ambiente puramente literario y disfrutar de una intriga tan intrascendente como refrescante.

Editorial Impedimenta
Traducción de José C. Vales

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