lunes, 20 de octubre de 2014

La promesa del alba, de Romain Gary


En vida Romain Gary no fue muy valorado en las altas esferas de la intelectualidad francesa, que estigmatizó su obra con la nefasta marca de la popularidad. Es conocido que ha sido el único autor en ganar dos veces el Goncourt, que llevó una existencia cosmopolita, que tuvo un turbulento matrimonio con Jean Seberg y que se suicidó. Pero el hecho de que fuera escritor parece accesorio. En cualquier caso, ni tan siquiera su romántica vida y su muerte han servido para revalorizar su legado. Y ya ha llegado la hora.

La promesa del alba es un libro imperdible, unas memorias escritas con tanta delicadeza, con tanta elegancia e ironía, que hasta los críticos más acérrimos de Gary, si dejaran atrás sus prejuicios, tendrían que saludar como irresistible. El políglota Gary creció en el convencimiento de que el francés es la patria del artista, y rinde homenaje a esta lengua sacándole todo el provecho, con una naturalidad alejada de lo que se entiende por gran estilo, pero que llega al lector de manera directa, desde el corazón, por usar una expresión con la que los críticos suelen hacer sangre.




Una característica que destaca a lo largo de todo el libro es el humor del autor. Él mismo reconoce que siempre se ha tomado su vida, un género literario, a broma, que el humor ha sido su único refugio a la hora de protegerse de las adversidades. Y en todo momento se sitúa a sí mismo como centro de la burla. Ya sean sus aventurillas infantiles o sus acciones heroicas durante la guerra, todo esta tamizado por la ironía y la guasa. Por ejemplo, la escena del duelo con los soldados polacos en un hotel de Londres merecería incluirse en cualquier antología del género.

En La promesa del alba Gary relata su infancia en Polonia, su integración en Francia y sus peripecias bélicas durante la Segunda Guerra Mundial. Pero sobre todo es una carta de amor a su madre, una declaración incondicional de adoración y reconocimiento. Los esfuerzos de esta mujer y su lucha para sacar adelante al prometedor hijo, del que nunca dudó que se convertiría en un gran artista y embajador de Francia, son ahora recuperados por Gary con algo de arrepentimiento y con devoción. Y aunque hay mucha ternura, también hay pudor. Así, el momento culminante, que cualquier autor habría remarcado y envuelto en música de violines, Gary tiene que despacharlo en una página, incapaz de extenderse. Y, sin embargo, el efecto en el lector se multiplica.

Editorial Folio
Edición en castellano en Ramdom House Mondadori

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