Tan
complicado como resolver cualquiera de los casos en los que se ve
envuelto Hercules Poirot sería descubrir por qué Agatha Christie se
convirtió en la escritora de novelas policíacas más exitosa del
siglo XX. Es cierto que tenía buena mano para construir personajes y
que sus tramas tenían la cualidad de empujar al lector dentro de un
desafiante laberinto, pero también es verdad que a menudo recurría
a trucos no muy elegantes (esa carta misteriosa, ese personaje salido
de no se sabe dónde) y que hay multitud de escritores de la misma o
superior categoría que no tuvieron su misma suerte.
En
cualquier caso, los libros de Christie siguen manteniendo gran parte
de su atractivo, hasta el punto de que Sophie Hannah se ha encargado
de dar nueva vida a Poirot en Los crímenes del monograma, un libro
que mantiene las esencias originales pero al que la autora ha sabido
dar nuevos bríos. El mundo tan particular en el que se mueve Poirot,
que se podría resumir como sangre a la hora del té, y que sigue
siendo su mayor atractivo, permanece incólume, pero Hannah añade
modernidad al introducir cuestionamientos morales que atañen a la
calumnia, la violencia o el arrepentimiento.
La
mayor novedad de Los crímenes del monograma está en su narrador, el
joven policía de Scotland Yard Edward Catchpool. Al principio parece
un heredero del bueno de Hastings, un detective un poco torpón que
sirve para que Poirot despliegue todas sus habilidades, y que de paso
permite al lector situarse junto a alguien que comparte su
perplejidad. Pero Hannah ha sabido utilizar a Catchpool como algo más
que un narrador inocente que recibe las lecciones del maestro:
también da una perspectiva más humana frente a la fría
racionalidad de Poirot.
Como
novela de detectives, Los crímenes del monograma es canónica. Hay
unos asesinatos de apariencia extraña, variados sospechosos que se
van repartiendo la sombra de la duda, vaivenes argumentales y
detalles que al acumularse van conformando el fondo de la
investigación. Hannah tiene una gran habilidad para conducir al
lector por los senderos que ha planeado, solo para que cuando se
doble la última esquina nos demos cuenta de que todo estaba delante
de nuestros ojos, solo que no estábamos lo suficientemente atentos.
Como Catchpool, tendremos que admitir la superioridad de Poirot,
quien, en esta ocasión, no ha tenido que recurrir a trucos de magia
para resolver el caso.
Editorial
Espasa
Traducción
de Claudia Conde
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