lunes, 29 de junio de 2015

Intelectuales, de Paul Johnson


Pese a tener un título tan genérico como Intelectuales, el libro de PaulJohnson se refiere a una categoría muy específica de este colectivo, el de los intelectuales apocalípticos que trataron de cambiar el mundo a través de sus ideas sin calibrar las consecuencias nefastas que sus teorías conllevarían una vez llevadas a la práctica. Pocos de ellos podrían calificarse como buenas personas (aunque, excepto de Brecht, de todos encuentra Johnson algún aspecto mínimamente positivo), pero lo peor no es que fueran monstruos en su comportamiento particular, sino que su ejemplo dio validez y una pátina de respetabilidad a las ideas más abominables.

Desde el santo patrón de la estirpe, el vilipendiado Rousseau, hasta el último gran ejemplar de la raza, Chomsky, pasando por personajes aparentemente tan dispares como Tolstoi o Sartre, Johnson caracteriza a todos estos pensadores con valores tan poco ejemplarizantes como el egocentrismo, la violencia, la hipocresía, la misoginia o el antisemitismo. Aunque su opinión queda bastante clara a lo largo de las seiscientas páginas del volumen, Johnson hace explícita su opinión sobre los intelectuales en las páginas finales: si ves una de sus reuniones, mejor sal corriendo en dirección opuesta.




En realidad Johnson no se detiene demasiado en teorías políticas o corrientes de pensamiento (para él su maldad y debilidad son axiomáticas), sino que estudia sus vidas privadas para demostrar que no había ninguna correlación entre sus postulados humanistas y su verdadera forma de actuar (en castizo: una cosa es predicar y otra dar trigo). Aparte de curiosas coincidencias, como la común costumbre de evitar pagar impuestos entre propagandistas del bien común, o la violencia doméstica entre divulgadores del pacifismo, Johnson detecta en todos los especímenes tratados una radical disonancia entre sus proclamas públicas de amor al prójimo y su desprecio olímpico ante los seres humanos reales.

Como si se tratara de un despotismo de nuevo cuño, los intelectuales de los que habla Johnson dicen buscar lo mejor para las personas pero en realidad no cuentan para nada con ellas, en la mayoría de los casos ni tan siquiera se dignan a tratar con esos trabajadores o pobres a los que dicen representar. Gracias a sus privilegios y la impostura común, podía permitirse sermonear y dar lecciones mientras ellos vivían aprovechándose de los demás, lo que no les impedía mantener un tono de superioridad moral. Se trata de un caso palpable de imposición de los conceptos sobre la gente.

Los resultados criminales de este totalitarismo en el que una visión del paraíso futuro justificaba cualquier abominación ya quedaron lo suficientemente demostrados y descalificados a lo largo del siglo XX, pero sin embargo la figura de muchos de estos intelectuales sigue teniendo una aureola casi divina. Por eso es necesario un libro tan extraordinario como este de Johnson. Él sí que fue capaz de dejar a un lado su perfil más polemista para ofrecer un retrato veraz (aunque de parte, eso tampoco lo oculta) de algunos de los gigantes sobre los que se ha construido la sociedad actual.

Editorial Homo Legens

Traducción de Daniel Aldea Rossell

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