viernes, 26 de junio de 2015

Les rues de ma vie, de Bernard Frank


Como un paseante ocioso que no tiene ninguna prisa en llegar a su meta, Bernard Frank camina por las páginas de Les rues de ma vie (Las calles de mi vida) deteniéndose a cada paso, a la menor oportunidad, parándose en cafeterías (se conoce todas las de París) y reposando en sus amados restaurantes hasta que parece olvidar qué hacía allí. Ciertamente lo que a Frank le interesa no son los monumentos ni los lugares de la memoria oficiales, sino sus propios rincones sentimentales y aquellos sitios en los que más disfrutó de la amistad.

Este modo alegre y ligero de ir por la ciudad y por la vida también se transmite en un peculiar estilo literario: Frank puede iniciar un enunciado y no completarlo hasta una página después, entretenido mientras tanto en diversas divagaciones. Con una escritura saltarina y vivaz, el autor guía al lector por unos senderos que no conocía y gracias a los cuales quizá no sepa más de historia o de gran cultura, pero conocerá de manera genuina el verdadero espíritu de la ciudad.




La ciudad, obviamente, es París. Y aunque Frank se declara un parisino peculiar (y bien que lo era), estas rememoraciones urbanas están enteramente consagradas a la que él prefiere denominar como “la ciudad de los restaurantes”. Frank es tan suyo que incluso reivindica el distrito 16, el barrio más puramente burgués de París, tantas veces despreciado por esnobs e intelectuales. Pero qué le vamos a hacer, a Frank le gusta la gran vida y no va a ocultar sus preferencias, siempre con un punto de provocación ante el pensar siempre correcto de sus amigos más rebeldes.

Efectivamente, Frank es lo que en español se denomina un “bon vivant”; para él una buena comida, una buena bebida y una buena compañía son la culminación de la existencia. Se le podría acusar de superficial, pero solo desde la posición de superioridad moral que tanto amarga la vida. La alegría de Frank, su deleite por los regalos más nimios e inesperados, se contagia desde las páginas de Les rues de ma vie, que se convierte no solo en la guía de París más particular que se pueda imaginar, sino en una declaración filosófica sobre la pasión por la vida normal.


Editorial Le Dilettante

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