lunes, 21 de septiembre de 2015

La solitaria pasión de Judith Hearne, de Brian Moore


Aunque pueda parecer tópico, al leer La solitaria pasión de Judith Hearne resulta imposible no pensar en Joyce. Y no tan solo en Ulises, sobre todo en esa parte final en la que Judy, la protagonista del libro, sufre su particular calvario (pues tal es el sentido de la pasión del título) en un día terrible que la lleva a caer en la desesperación y la locura, sino también en Polvo y ceniza, un cuento de Dublineses con un personaje muy similar a la señorita Hearne.

Pero esto no significa que Brian Moore se limitara a ejecutar una copia/homenaje del maestro. De hecho, resulta sorprendente que en una primera novela Moore demostrara tanta personalidad y una capacidad de comprensión y compasión tan acentuadas hacia un personaje en apariencia tan lejano a sí mismo como este patética y desgraciada Judy, una mujer mayor, abandonada por todos y destruida por la melancolía y el alcohol.

Quizá Judy y Brian en realidad no fueran tan diferentes, pero lo realmente impactante del libro es la capacidad del autor para transmitir toda la desesperación de su protagonista sin caer en lo melodramático y lo sentimental, pero tampoco en ese gran mal de la novela contemporánea, la condescendencia y la burla. Judy es un personaje patético que mueve a la ternura, que provoca una insondable tristeza, y Moore se atreve a realizar su retrato sin esconderse en la ironía o el paternalismo.




La solitaria pasión de Judith Hearne fue prohibida en su momento en Irlanda, lo que, tal y como estaban las cosas, es toda una distinción. Este veto no es de extrañar, pues además de algunas escenas de contenido sexual y algunas opiniones nada favorecedoras sobre el país, las referencias a la religión no son muy complacientes: Judy se ha visto durante toda su vida coartada por el catolicismo, oprimida por una sociedad y unas obligaciones impuestas que han limitado su mundo y que la conducen directamente al infierno en vida.

El paisaje pintado por Moore es sórdido y fatal. Una Irlanda en la que nadie querría vivir, con unos personajes miserables y maliciosos, quizá con una sola excepción. Baqueteada por la vida y sin nadie a quien recurrir, la única vía de escape para Judy ha sido la creencia en un más allá redentor, la sempiterna promesa de que el sacrificio será recompensado, y su imaginación, que la lleva a crear mundos de fantasía que alivien su poca fortuna. También algo de alcohol cuando esto no es suficiente.

Por eso, cuando el mundo se le viene encima y ya no puede confiar ni en el alivio que proporciona la Iglesia ni en el cumplimiento de sus ilusiones de huida, Judy colapsa. La escena de su entrada en la iglesia para intentar descubrir el misterio es de una fuerza dramática casi paralizante. Aquí, más que en el final de la novela, es cuando Moore da lo mejor de sí mismo y consigue envolver al lector en una espiral de miedo y vacío del que será difícil escapar. Y si alguien decide conformarse todo habrá acabado.

Editorial Impedimenta

Traducción de Amelia Pérez de Villar

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