martes, 29 de septiembre de 2015

Legado de cenizas, de Tim Weiner


Según Tim Weiner, la historia de la CIA está repleta de fracasos, equivocaciones y chapuzas. Solo hace falta echar una ojeada a los epígrafes de cada capítulo para hacerse una idea general de la trayectoria de la agencia de inteligencia estadounidense: “no sabíamos lo que hacíamos”, “ilusoria ceguera”, “una fraternidad con anteojeras”... Pese a este abultado historial de incompetencia, la CIA ha mantenido una imagen de solidez y casi omnipotencia en lo que quizá sea uno de sus pocos logros, pero después de leer Legado de cenizas es imposible sostener esta imagen.

Weiner, periodista del New York Times especialista en temas de inteligencia (en la peculiar acepción del término referente al espionaje), derriba ese concepto de una agencia que hacía y deshacía en el mundo a su antojo, siempre adelantándose a los acontecimientos. Y no lo hace desde una posición ideológica, sino simplemente ateniéndose a los incontrovertibles hechos. La inteligencia de un país es más importante que su ejército, pues su labor es precisamente evitar las guerras, y la CIA, en sus más de sesenta años de historia ha demostrado ser incapaz de prevenir ni tan siquiera lo que tenía delante de las narices.

Por ejemplo, en 1987 Gorbachov viajó a Estados Unidos y fue aclamado por miles de ciudadanos que veían en él el final de la Unión Soviética... algo que desde la agencia no habían sabido detectar. Pero este es solo un ejemplo espectacular (como aquel otro, el viaje secreto de Allen Dulles, primer director de la agencia, por Europa, portada de todos los periódicos) que se inscribe en una tradición que alcanza rasgos de patetismo. Ni en Corea, ni en Vietnam, ni en el horroroso comportamiento en Latinoamérica, ni más recientemente en los casos más conocidos del 11-S o la invasión de Irak la CIA supo estar a la altura.




Weiner divide el libro en capítulos dedicados a cada presidente americano desde Truman, y lo cierto es que el papel de los jefes de Estado tampoco reluce mucho. Kennedy, que también conserva una incomprensible imagen de gran gobernante, queda por los suelos en el retrato de Weiner. Y no mucho más lucido es el papel de Reagan, Clinton o, por supuesto, Bush hijo. Solo Carter intentó dar un nuevo papel a la inteligencia americana primando los derechos humanos sobre otros intereses geoestratégicos. Y ya sabemos cómo terminó.

Como es lógico las fuentes que utiliza Weiner no son las habituales de un trabajo historiográfico, pues los sucesos son demasiado cercanos en el tiempo y muchos de los documentos necesarios siguen estando clasificados, además de que a menudo se mezclan leyendas y estrategias de engaño con medias verdades e intoxicaciones interesadas. Pero gracias a sus contactos y a una labor de muchos años de trabajo de campo, Weiner puede completar una visión amplia y desde el interior de los avatares de la secretísima agencia.

Con gran abundancia del estilo directo y habilidad para mezclar las consideraciones personales con una visión más general, Weiner acaba por completar un informe que no se limita a señalar todo lo malo que arrastra la CIA, sino que también apunta las necesidades de su regeneración. Hace mucho tiempo que la CIA ha desaparecido de las noticias (superada en capacidad para provocar aprensión y en meteduras de pata por la Agencia Nacional de Seguridad). Quizá esto signifique que está haciendo un buen trabajo... o que definitivamente se ha convertido en irrelevante.

Editorial Debate

Traducción de Francisco J. Ramos

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