jueves, 23 de enero de 2014

Abadía Pesadilla, de Thomas Love Peacock


Para algunos historiadores de las ideas el Romanticismo está en el origen de todos los males. Su negación de los principios de la Ilustración para caer en la irracionalidad y el dominio de los sentimientos, abrió un camino peligroso que, según estos estudiosos, acabaría despertando al monstruo del totalitarismo. Pero al Romanticismo también se le puede acusar de pecados más veniales, como la generación de armadas de quejicas llorosos. Por otra parte, esto tendría su lado bueno, como el surgimiento de sátiras tan geniales como Abadía Pesadilla.

Thomas Love Peacock pertenecía por edad a la primera generación de románticos ingleses (Lord Byron o Keats), e incluso fue amigo de algunos de ellos, como Shelley, protagonista poco disimulado de Abadía Pesadilla. Quizá Shelley pensaría “con amigos como estos...”, pero lo cierto es que, si por algo se caracterizan los autores ingleses es por su sentido del humor, y Peacock demostró una vez más que ante la pomposidad, mejor que el sermón redentorista es la burla que desnuda su ridiculez.




En Abadía Pesadilla nos encontramos con una parodia de la novela gótica (subgénero del que ya hablamos a propósito de La abadía de Northanger). En el castillo que da nombre al libro se reúne un grupo de excéntricos románticos que ven la vida teñida de negro y que se complacen en el lamento y el pesimismo. La nociva influencia del Werther ha asolado Europa (e Inglaterra) y estos poetas y filósofos se entregan a la desesperación y la melancolía. Aunque aquí tienen nombres como Lugubrino, Ceñudo o Marioneta, sus nombres reales son bien conocidos. Cierto que en la lectura actual se pierde algo de la chispa original, pero las notas de María Cuenca Ramón ayudan a contextualizar y enterarse de los entresijos que Peacock usó para divertirse a costa de sus amigos.

Otro punto gracioso de la novela es que la parte final se convierte en puro vodevil. Peacock utiliza Stella, de Goethe, como modelo para exponer un juego de alcobas y amantes que esta vez parecería puramente francés. Porque todo el libro consiste en realidad en este juego de referencias cruzadas y puesta en solfa de los principios románticos. El héroe jura suicidarse a una hora determinada. Pero el reloj atrasa. No, no atrasaba. Bueno, ya es demasiado tarde.

Editorial El olivo azul
Traducción de María Cuenca Ramón

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