lunes, 10 de marzo de 2014

El matrimonio de la señorita Buncle, de D. E. Stevenson


Cuando un personaje de una novela, que da la casualidad de que es escritor, describe su método a la hora de escribir un libro, es fácil pensar que es el propio autor quien se está expresando. En El matrimonio de la señorita Buncle su protagonista explica que para ella escribir no es como construir una casa, cuando todo tiene que estar planificado, sino más bien como cazar, para lo que hay que estar atenta a los detalles y dejarse llevar por lo imprevisto. Da la sensación de que D. E. Stevenson mezclaba ambos principios: sus tramas son tan ligeras que no hace falta una excesiva preparación previa, pero el entrelazado y la conclusión son tan ineluctables que no pueden ser atribuibles a ocurrencias de último momento.




Algo igualmente difícil de evitar es leer El matrimonio de la señorita Buncle si antes se ha caído en El libro de la señorita Buncle, el primer libro de la trilogía. Stevenson tiene un encanto en su forma de narrar, una ligereza llena de simpatía, una habilidad para construir personajes tan excéntricos como memorables, que hace irresistible caer en la tentación de volver a sus libros. Stevenson, más que a su tío Robert Louis, recuerda a P. G. Wodhouse por retratar similares ambientes de la clase alta británica con la misma irreverencia y, a la vez, con una ingenuidad desarmante.

El matrimonio de la señorita Buncle se lee como un libro de vacaciones, una relajada historia intrascendente de testamentos y matrimonios secretos que juega con la complicidad del lector, pero nunca pasándose de lista, no quiere demostrar su inteligencia a costa de sus criaturas, sino sacar todo el partido de sus peculiaridades, jugar con el choque entre el cálculo y la más pura inocencia.

Editorial Alba
Traducción de Concha Cardeñoso Sáenz de Miera


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