jueves, 26 de junio de 2014

El libro de mis vidas, de Aleksandar Hemon


Al leer El proyecto Lázaro el lector tenía la sensación de que si Aleksandar Hemon no había escrito “la” novela definitiva de nuestra época (porque es imposible saberlo desde dentro), al menos había logrado definir, ampliar y llevar a su punto culminante un estilo que caracteriza nuestro tiempo y que, a través de la literatura, nos ayudaba a entenderlo mejor. Y no podía ser otro que un autor tan preocupado por la identidad, un autor que escribe en un idioma, el inglés, que no dominó hasta bien pasados los 20 años, un autor de muchos mundos y muchos tiempos, procedente de un lugar, Bosnia, en el que parece que la tragedia es el tono natural de la vida, quien lograra aunar en su obra un sentimiento de inquietud tan general como difícil de domar, de cobrar sentido.

Y sin embargo, aún con este precedente que podría hacer presagiar lo mejor, el lector no está preparado para lo que se encuentra en El libro de mis vidas. En apariencia, una simple colección de artículos dispersos. En realidad, un festín inagotable sin una página que se pueda despreciar, un repertorio de un escritor fabuloso que tiene el don de la narración, que puede compaginar la profundidad del sentido de la vida con la ligereza del esparcimiento más banal. Sería imposible quedarse con uno solo de los capítulos del libro, ni tan siquiera hacer una selección: cada uno de ellos es especial, divertidísimo o desolador, único y a la vez coherente con el conjunto.




No deja de ser sorprendente que la reunión de artículos autónomos, aparecidos a lo largo de 10 años en revistas y periódicos diversos, formen en su conjunto un autobiografía consistente y completa. Desde la infancia del autor en la Yugoslavia comunista hasta su nueva vida en Chicago, Hemon recorre todos los estadios de la vida, desde la exaltación juvenil hasta la aceptación de la madurez. Y lo hace siempre con un tono íntimo y desprejuiciado, sincero y atento a los detalles, sensible y sobre todo comprensivo con los demás. Si Hemon ha construido una personalidad a base de golpes y de autoanálisis, esto no se traslada de manera pomposa o indulgente consigo mismo, ni tan siquiera es el típico escritor egocéntrico: es a través de los otros como Hemon consigue por fin comprenderse.

Aunque hemos dicho que es imposible destacar un episodio, también sería absurdo no detenerse en el último de los que forman el libro. A lo largo de toda la historia de Hemon hemos ido conociéndolo, encariñándonos con él, hemos compartido sus gustos y refrendado sus odios. Y así llegamos al terrible capítulo sobre la enfermedad de su hija. Aquí no hay espacio para la frivolidad, todo es delicadeza, tiento. Solo alguien con el talento de Hemon puede tratar un tema así sin caer en el sensacionalismo ni el patetismo, exponiéndose de manera radical y casi temeraria. Pero Hemon lo tiene claro y lo expresa mejor: para él la escritura es un método de comprender, de conseguir dar algo de sentido a su existencia. Y si todo su sufrimiento y el de su familia no sirvió para nada, también hay que contarlo.

Editorial Duomo
Traducción de Antonio-Prometeo Moya

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