viernes, 13 de junio de 2014

El Tribunal del Fuego, de John Dickson Carr


Una noche, un tren. Un manuscrito sobre célebres procesos criminales. Una foto antigua con un perturbador parecido. Algunas coincidencias inquietantes. Y, por supuesto, un asesinato. Es un planteamiento tan sugerente como manido. Pero John Dickson Carr consigue que el lector se sienta cautivo desde la primera página de El Tribunal del Fuego: los ingredientes están a la mano de cualquiera, pero hace falta tener un talento especial para mezclarlos de tal manera que el resultado sea fascinante.

De hecho, Carr se siente tan a gusto en el terreno de los convencionalismos como adentrándose en senderos mucho más turbios. Por ejemplo, en la novela se repiten situaciones típicas de la novela de detectives al estilo de Agatha Christie, como esas reuniones de personajes en las que un testigo, un policía o un aficionado a la criminología (no podía faltar) exponen sus teorías ante una audiencia perpleja y excéptica. Todo con una apariencia de civilizada charla en el que se discute un asesinato como si se hablara del tiempo.




Pero el autor no se queda en esta superficie tan plácida. Como no podía ser menos tratándose de un autor del Detective Club (donde compartía experiencias nada menos que con Dorothy Sayers, Anthony Berkeley o Chesterton), sus tramas son mucho más elaboradas y diabólicas (en este caso, nunca mejor dicho), de lo que podría parecer. Con cambios de tono constantes, giros sorprendentes (pero nunca facilones ni injustificados) y una intriga siempre mantenida, Carr se muestra como un auténtico maestro del género.

Todavía hoy en día la yuxtaposición que plantea Carr entre relato de misterio y elementos de terror sigue conservando su influjo. El lector nunca está muy seguro de lo que está pasando, pero no en el sentido de “quién lo hizo”, sino que la ambigüedad del estilo tiene unas implicaciones mucho más poderosas: ¿se trata de un pérfido plan de mentes maléficas, o todo este extraño embrollo solo puede tener una explicación paranormal? La duda permanecerá hasta el final, e incluso más allá. Como todo autor de categoría, Carr deja la última palabra al lector.

Editorial Valdemar
Traducción de Juan José Mira


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