martes, 10 de junio de 2014

La edad de los prodigios, de Richard Holmes


Uno de los objetivos de la investigación histórica debería ser derribar mitos. No se trata de buscar polémicas o caer en el revisionismo sensacionalista, sino de iluminar aspectos que se dan por sabidos y que sin embargo pertenecen al reino de la fantasía o se han convertido en tópicos recalcitrantes. En La edad de los prodigios Richard Holmes destruye una de esas ideas asumidas que se han perpetuado a lo largo del tiempo: el enfrentamiento entre los autores románticos y la ciencia.

Apoyándose en expresiones descontextualizadas (“Newton ha destruido toda la poesía del arco iris al reducirlo a los colores del prisma” según Keats, o “se necesitarían 500 Newton para hacer un Shakespeare o un Milton” de acuerdo con Coleridge), o en obras desvirtuadas (como la evolución que tuvo Frankenstein, cuyas popularísimas adaptaciones teatrales y fílmicas poco tenían que ver con el original de Mary Shelley), se ha instalado la idea de que la generación romántica fue una enemiga feroz de cualquier avance científico. Y nada más lejos de la realidad.

Holmes demuestra que gran parte de los poetas románticos (el mismo Keats tenía estudios en medicina) no solo no rechazaba las consecuencias de la Ilustración, sino que en muchos casos eran apasionados defensores de la investigación científicas, sobre todo en una época en la que las implicaciones de estos descubrimientos podían enfrentarse al sistema establecido y en última instancia propiciaron la muerte de dios, o al menos su irrelevancia: su existencia ya no era necesaria para demostrar nada. Precisamente Coleridge, pero también Shelley o Lord Byron, con su ímpetu, su actitud desafiante ante las convenciones y sus ansias de saber, se pusieron del lado de la ciencia frente al oscurantismo y las supersticiones.

Aunque habría que matizar que Holmes, con algunas excursiones continentales, se limita a retratar el romanticismo británico. Otra cosa sería el irracionalista y creador de monstruos romanticismo alemán, aunque Goethe y sus experimentos de aficionado también validarían la tesis general. En cuanto a Francia, importantísimo centro intelectual de la época y referente de muchos de los científicos británicos, se puede consultar el fabuloso La medida de todas las cosas, de Ken Alder, en el que también subyace la batalla entre los intentos por modernizar la sociedad y los intereses que preferían mantener las cosas en una estable inacción.




Pero el verdadero foco de atención de Holmes no son los escritores románticos, sino los científicos románticos. Más allá de una etiqueta oportuna, Holmes usa este término para caracterizar a unos brillantes e innovadores investigadores que compartían con sus coetáneos de letras un afán por ir más allá, la intención de beneficiar a la sociedad en su conjunto y en algunos de ellos incluso inclinaciones poéticas. Es el caso de Humphry Davy, uno de los tres protagonistas del libro, químico eminente, creador de una lámpara para detectar gases que salvo la vida de innumerables mineros, y poeta aficionado.

El libro de Homes puede leerse como la biografía de los más grandes científicos británicos de finales del siglo XVIII y principios del XIX; como un intento de acercar el mundo de la ciencia a los inexpertos a través de su explicación histórica; pero también como un libro de aventuras. Y así comienza, con la primera expedición de James Cook alrededor del mundo y su estancia en la paradisíaca Tahití. Aquí conocemos al primero de los héroes del libro, Joseph Banks, el mayor de los curiosos, siempre inquieto por conocer más, por saberlo todo. Y que como presidente de la Royal Society hizo todo lo que pudo para que los grandes misterios del planeta dejaran de serlo.

El tercer gran protagonista del libro es William Herschel. Con una vida que daría por sí sola para una extensísima biofrafía, Herschel llegó a Inglaterra desde Alemania como músico profesional y astrónomo aficionado para, con la ayuda de su hermana Caroline, convertirse en no solo el descubridor del planeta Urano, sino en, literalmente, el descubridor de nuevos mundos. Porque si se puede sintetizar la labor de Herschel como la del inventor del telescopio moderno o la de Humprhy Davy como el descubridor de la pila voltaica, en realidad ambos supusieron mucho más, ellos abrieron un camino que la ciencia actual todavía transita. Aunque mejor sería decir que ambos continuaron una carrera de relevos que ha llevado a los grandes descubrimientos de la humanidad y que continúa en marcha.

Como se puede ver, el trabajo de Holmes no es sencillo. Sintetiza en un solo libro la vida de tres gigantes, de una generación única, de una nación en su mejor momento. Va y viene sin perder en ningún momento la perspectiva, combina la parte científica del libro con las implicaciones literarias y sociales sin que se pierda la visión de conjunto ni el énfasis biográfico. Tiene el ritmo apasionante de las historias de aventuras, el rigor exigible a un libro de importantes consecuencias historiográficas y la amenidad del escritor que sabe cómo mantener la atención del lector no especializado. La edad de los prodigios es un libro que sin duda marcará una época en los estudios sobre historia de la ciencia.

Editorial Harper Press
Edición en español de Turner


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