jueves, 1 de octubre de 2015

Un jardín en Brujas, de Charles Bertin


Un jardín en Brujas comienza con un sueño (ese asesino de libros) y continúa con el mismo tono a lo largo de toda la historia. Pero en esta ocasión no se trata de un aburrido y enclaustrado recurso, sino de una manera de tratar la memoria. Poco fiable y embellecedora como es, más tratándose de los recuerdos infantiles reflectados setenta años después, Charles Bertin sublima estas carencias a través de la evocación: la luz, los sonidos, los sabores, son tan importantes como los sucesos narrados.

No menos difícil que superar las taras de la narración onírica es retratar un mundo alegre e ideal sin caer en la cursilería o la intrascendencia, y sin embargo el autor logra salvar también estos obstáculos a través de la sinceridad, trayendo al presente sus emociones más tiernas e inocentes sin pudor ni temor a caer en la ñoñez. A estas alturas de su vida, Bertin ya no se preocupa de los prejuicios: en algún lugar de su mente pervive el paraíso, la sensación de plenitud, y se sabe con todo el derecho a regresar a su mayor felicidad.




Este estado de perfección idílica lo encarna la abuela del narrador (ya el título original menciona su posición central en la historia, y aunque la traductora tiene razón al indicar la dificultad de su traslación al castellano, quizá hubiera sido buena idea mantener la expresión original, La Petite Dame en su jardín de Brujas queda bien y se entiende perfectamente). Sola y sin grandes perspectivas, la abuela no es sin embargo una víctima, sino que es capaz de sobreponerse a sus limitaciones y de encarar la vida con optimismo, demostrando con su amor a su nieto la chispa de ilusión que todavía pervive en ella.

Porque en gran medida el libro es una novela de formación en la que el niño empieza a comprender algo tan importante como en qué consiste ser una buena persona. Pero menos acostumbrado es que este aprendizaje sea de ida y vuelta, pues la abuela también aprovecha las visitas de su nieto para iniciar una educación de la que nunca pudo disfrutar. Incluso Brujas, la fascinante ciudad en la que lleva tanto tiempo viviendo, solo ahora comienza a presentarse ante sus ojos en todo su esplendor. En una relación tierna y comprensiva, con su no por inevitable menos doloroso final, el narrador fijará su modelo de conducta y creará un personaje inolvidable que, tantos años después, le sigue arrastrando con una fuerza ante la que no puede resistirse.

Editorial Errata Naturae

Traducción de Vanesa García Cazorla

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