viernes, 27 de noviembre de 2015

¿Cómo eres?, de Anne Enright


El argumento de ¿Cómo eres?, reducido a un apresurado resumen, podría parecer el de un melodrama anticuado o de telefilm. No sería difícil encontrar otras novelas o películas (preferiblemente irlandesas o españolas) con argumentos similares: unas gemelas separadas al nacer que sienten que les falta algo y que solo encontraran la plenitud de su existencia al reencontrarse. Incluso hay monjas de por medio.

Y, sin embargo, la novela de Anne Enright también se podría calificar, igual de apresuradamente, como un libro raro. Rarísimo. Para empezar nos encontramos con la presencia de la muerte y diversos problemas mentales como ejes de la narración. Pero no de una manera sensacionalista o morbosa, sino en ese sentido, también muy irlandés, en el que la desgracia y el humor se alternan de una manera natural. No es la ironía inglesa que oculta la incapacidad de expresar sentimientos, sino un sentido de la tragedia que se diría genético.




Se diría que Enright es una de esas autoras que parecen pensar que para qué vas a hacerlo fácil si puedes hacerlo complicado, y se las arregla para construir la novela a través de la multiplicación de puntos de vista y saltos tanto temporales como espaciales. Aunque también es cierto que tiene los recursos suficientes para evitar la confusión y marcar muy bien sus principales líneas argumentales, además de un dibujo rico y complejo de sus personajes.

Otro aspecto que incide en la rareza de la novela es la llamativa sintaxis de la autora, aunque en este caso no sabríamos si adjudicárselo a la propia Enright o a la traducción. En cualquier caso, a veces ¿Cómo eres? parece penetrar en una profundidad anímica de gran perspicacia, para después dar paso a una insoportable superficialidad. Sin dejar al lector intalarse en la comodidad, pero siempre ofreciendo una salida. Si los personajes se preguntan cómo son, la única respuesta posible es: extraordinarios. Como todos.

Editorial Poliedro

Traducción de Bianca Southwood

jueves, 26 de noviembre de 2015

Delfos, de Michael Scott


En su prólogo a Delfos, Michael Scott afirma que "la comprensión del mundo antiguo y, desde mi punto de vista, de toda la humanidad, está incompleta si no se comprende Delfos". Antes de meterse en el más complejo análisis de la segunda parte del enunciado, hay que admitir que después de leer el libro de Scott, de su afirmación inicial no hay ninguna duda: Delfos, más allá de su famoso oráculo, concentro en un pequeño y apartado lugar de Grecia la esencia de su época.

Una época que, por otro lado, se alargó desde al menos el siglo VIII a.C. hasta el siglo VI d.C., aunque extensiones plausibles hacia atrás y hacia adelante bien podrían convertir su historia en la historia de Occidente, desde el nacimiento de la civilización hasta lo que para muchos sería su destrucción, escenificada por hordas de turistas insaciables, pasando por distintas eras de esplendor y decadencia, gloria y destrucción.

Como decíamos, Delfos no solo fue la sede del más famoso y respetado oráculo de la Antigüedad, sino que también acogió la celebración de los Juegos Pitios, en su momento tan populares como los Olímpicos; y además a lo largo del tiempo se convirtió en un complejo monumental en el que se podían admirar algunos de los logros más destacados del arte clásico. Estas circunstancias hicieron de Delfos el lugar propicio para dirimir las más variadas cuestiones de lo que en aquella época era el centro del mundo.




No es de extrañar pues que se considerara Delfos como, literalmente, el ombligo del mundo. Con todo este material, Michael Scott, quien parece saberlo todo sobre el lugar y tiene una gran habilidad para transmitir sus conocimientos, compone un libro detallado y erudito que repasa todas las fases de la historia délfica con erudición y humildad, pues si bien no deja escapar ni un solo detalle que considere trascendente, es consciente de que el estado actual de conocimiento sobre Delfos no deja de ser limitado.

Por ello, Scott en todo momento deja claro que esto es lo que se sabe hasta ahora, pero que las interpretaciones podrían cambiar radicalmente con un solo hallazgo. Pero hay una idea que pervivirá a cualquier nuevo descubrimiento, lo que nos lleva de nuevo al planteamiento inicial. ¿Puede ayudar conocer la historia de Delfos a entender a la humanidad? ¿Realmente esas personas que creían con fe ciega lo que les decía una mística, supuesta portavoz de Apolo, eran como nosotros?

Sí, sin ninguna duda. Podemos burlarnos de la credulidad de los griegos, pero en la actualidad siguen existiendo los horóscopos, así que tampoco hay que pecar de soberbia. Y esto es solo una anécdota. Por mucho que se repita, no deja de ser sorprendente que los antiguos griegos lo inventaran todo, desde la Historia y la Filosofía hasta el teatro o la democracia. Pero todavía más turbador, o quizá tranquilizador, es que los hombres y mujeres contemporáneos siguen moviéndose en prácticamente los mismos parámetros mentales que estos antepasados tan peculiares. Nada nuevo bajo el sol.

Editorial Ariel

Traducción de Francisco García Lorenzana

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Veinte años después, de Alejandro Dumas


Que si su estilo es deslavazado, que si es literatura juvenil, que si sus novelas son larguísimas, que si abusa sin pudor de las coincidencias, que si tienen poco rigor histórico... Hay muchos motivos para dejar de lado a Alejandro Dumas, pero los alicientes para volver a leerlo ganan por aplastante mayoría. Porque es cierto que Veinte años después es una novela extensa (setecientas páginas de apretada letra en esta edición), pero no lo es menos que en ella nos encontramos de todo.

Hay aventura, por supuesto, pero también intriga, melodrama, recreación histórica, y ante todo una predisposición dionisiaca por pasárselo bien. La lectura ahora de esta novela, quizá veinte años después de haber disfrutado por primera vez de Los tres mosqueteros, devuelve todo el entusiasmo adolescente que producía el descubrir un tipo de lectura libre y febril, en el que la acumulación de peripecias no abotargaba, sino que producía una continua sensación climática.

En Veinte años después, los mosqueteros se ven envueltos en intrigas palaciegas de todo tipo (y cuya comprensión no es estrictamente necesaria), en el intento de salvación de Carlos I de Inglaterra, en dos conatos de guerra civil, uno en miniatura y otro en toda su extensión, que son capaces de evitar. Y mientras llevan a cabo sus peligrosas misiones, también tendrán que enfrentarse a un enemigo demoníaco, el pérfido Mordaunt, cuya maldad está a la altura de la de su madre...




Al mantener una traducción añeja (convenientemente corregida), se redobla la sensación de vuelta a un lugar especial. Quizá fue aquí donde descubrimos por primera vez algunas palabras (como tahalí), y de la misma manera se nos transmite la impresión de regresar a al manantial de donde todo surgió, a los libros donde nació la fascinación por la literatura y que, milagrosamente, mantiene su capacidad para hechizarnos. 

Es imposible recuperar la inocencia de la lectura de descubrimiento, pero no deja de llamar la atención cómo las aventuras de los tres mosqueteros han marcado de tal forma la ficción posterior. Más allá de las obras directamente inspiradas en los personajes de Dumas, sería imposible catalogar todos los libros y películas que han surgido de esta fuente primigenia. Como mitos modernos, D'Artagnan, Athos, Porthos y Aramis se han convertido en figuras tutelares de la literatura de aventuras contemporánea.

Esto se debe sin duda a la fantasía de Dumas, capaz de crear escenas memorables en una cantidad abrumadora, y de mezclar géneros con una naturalidad sorprendente. Pero sobre todo por su creación de personajes imbatibles (en más de un sentido). La astucia de D'Artagnan, la nobleza de Athos, la bonhomía de Porthos, el refinamiento de Aramis, y sobre todo la exaltación de la amistad y del honor, elevan a estos mosqueteros, en la mejor tradición homérica, a la categoría de símbolos atemporales.

Editorial Edhasa

Traducción de editorial Lorenzana, revisada por Carlos Pujol Jaumandreu y Carlos Pujol Lagarriga

viernes, 20 de noviembre de 2015

Con lo puesto, de Alan Bennett


Con lo puesto es uno de esos libros que no solo pueden leerse del tirón, sino que también parece estar escrito de una sentada. Y no porque en él Alan Bennett no haya incluido, detrás de una aparentemente simple anécdota, una rica historia de múltiples interpretaciones, sino porque la fluidez del estilo, la armonía con la que está desarrollada la peripecia, es tan natural que se diría que surge casi sin esfuerzo.

Como pasa con todas las novelas cortas y los cuentos de de Bennett, se trata de una lectura feliz, lo que se suele calificar como "deliciosa", aunque también es cierto que detrás de su aparente ligereza y su buen humor se esconde un retrato a menudo incómodo. En Con lo puesto nos encontramos con una pareja mal avenida que ve trastocada su rutina de aburrimiento y ritos monótonos cuando un día, al volver de la ópera, se encuentran con su casa totalmente desvalijada.




Sus protagonistas se ven ante una oportunidad de partir de cero, de dar algo de color a una vidas grises y cuya única perspectiva es la extinción. Por eso, al final, solo pervivirá quién ha conseguido ver que en su existencia puede haber algo más que sumisión e hipocresía. No se trata de un alegato de Bennett en contra del conformismo, es un autor demasiado sutil para caer en el buen rollo sentimental, pero sí una historia sobre la rebelión íntima y la bondad.

A fin de cuentas, toda la literatura de Bennet trata sobre personas normales a las que un incidente de apariencia mínima les transforma la vida. Son encuentros inesperados, situaciones excepcionales, revelaciones repentinas, que de golpe y sin avisar hacen replantearse a sus protagonistas todas sus convicciones. Y, ante todo, triunfa la admirable voluntad de Bennett por hacer de la lectura un placer desprejuiciado, quizá su apuesta más arriesgada.

Editorial Anagrama

Traducción de Jaime Zulaika

jueves, 19 de noviembre de 2015

Señores niños, de Daniel Pennac


La idea inicial de Señores niños es tan sencilla como una redacción escolar: unos niños se despiertan un día transformados en adultos, mientras que sus padres han vuelto a ser niños. ¿Qué pasa después? Un argumento sugerente pero que en principio no parecería dar mucho de sí, más allá de alguna divertida escena de equívocos, para terminar explicándose como un sueño o la broma de un hada juguetona.

Sin embargo, sabemos que Daniel Pennac no se iba a conformar con hacer las cosas tan sencillas. Con su habitual estilo fresco y natural, consigue convertir Señores niños en un relato que evita todas las trampas de la literatura juvenil (la más peligrosas de las cuales es la condescendencia), trasformándose él mismo en un chaval de doce años que sabe reflejar con viveza y gracia unos sentimientos que parecerían ya imposibles de recuperar.




Y eso que uno de los grandes aciertos de la novela es encontrar la voz narradora nada menos que en un fantasma. Bueno, o en algo parecido. Como bien repite el profesor Crastaing, la imaginación no es la mentira. Pero hay que tener cuidado con las fabulaciones, no porque puedan convertirse en realidad, sino porque en una novela, todo vale, pero no vale todo. Se puede jugar con los límites de la verosimilitud, pero un paso en falso y todo el montaje se viene abajo.

Por suerte, sabemos que con Pennac esto no va a pasar. Con nuevos personajes, pero sin salir de su querido barrio de Belleville, Pennac mantiene todo su sentido del humor, su gusto por la aventura cotidiana, su emoción sin sentimentalismos. En realidad las novelas de Pennac sí que son como cuentos de hadas, pero de hadas con un punto punk que disfrutan invirtiendo los valores de la sociedad convencional. Al lector solo le queda aprender a jugar con sus normas.

Editorial Mondadori

Traducción de Manuel Serrat Crespo

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Los caballeros las prefieren rubias, de Anita Loos


Ante la (no tan sorprendente) revelación de que William Faulkner era un declarado admirador de Los caballeros las prefieren rubias, surge la improbable pero sugerente teoría de si fue la novela de Anita Loos la que le dio la idea de convertir a Benjy en el narrador de El ruido y la furia, escrita poco tiempo después. Porque, lo que está claro, es que Lorelei, la narradora de la novela, es una tonta redomada. Aunque de esas tontas que saben muy bien cómo conseguir siempre lo que quieren.

En realidad la mayor habilidad de Loos es conseguir que esa voz narrativa, marcada por los latiguillos, los errores ortográficos, geográficos o morales, la inconsciencia general, no solo no se haga pesada, sino que deviene en admirable. Con completa inocencia, Lorelei puede contar las mayores barbaridades sin asomo de perplejidad. Loos evita convertirla en objeto del escarnio (para qué molestarse), lo que sería el camino fácil, y decide transformarla en el medio de expresión de una conciencia muy particular.




Por supuesto el objetivo de Loos no es tomarse las cosas en serio. Sus novelas no pretenden ser ni un retrato social con tintes de denuncia ni un estudio psicológico pormenorizado. Pero así, con toda naturalidad y una falsa ingenuidad, sí que consigue reflejar una época tan mitificada como los alegres años 20 con tanto color como en una novela de Fitzgerald. Y, como no, con un humor desbordante que casi un siglo después sigue teniendo la misma gracia maliciosa.

Bueno, el caso es que en Pero se casan con las morenas Lorelei ya ha alcanzado cierta destreza literaria y se decide a contar la vida de su amiga Dorothy. Lo cierto es que después de protagonizar las frases más cortantes y redondas de Los caballeros, en muchos momentos dignas del mejor Billy Wilder, era casi una obligación. Quizá ahora se pierda algo de frescura y la construcción dramática se imponga a la espontaneidad, pero siguen brillando la vis cómica y la doble lectura más inteligente detrás de la aparente frivolidad.

Editorial Alba

Traducción de Carlos Casas

martes, 17 de noviembre de 2015

La madre, de Edward St. Aubyn


Aunque en todos los libros de la serie, más allá de los personajes recurrentes, hay un claro tono unificador, lo cierto es que cada novela de Melrose es totalmente diferente. Si en su momento ya hablamos de las peculiaridades de cada una de las partes que integraban El padre, en La madre nos encontramos por un lado con la fragmentada, diversa y embarrancada Leche materna, y por otra con la reconcentrada, reflexiva y fulminante Por fin.

En un momento de esta última, Melrose dice que desprenderse de la ironía es mucho más difícil que desengancharse de la heroína, y bien que demuestra Edward St. Aubyn lo acertado de la afirmación. Porque todo lo retratado en estas novelas es deprimente, oscuro, casi insoportable: pedofilia, adicciones varias, suicidio, desesperación... Y sin embargo, St. Aubyn es incapaz de evitar teñir todo de humor, negrísimo pero también muy efectivo.




Y no porque no se tome todo esto en serio. Melrose ha tenido una vida capaz de producir mucho más que cinco tragedias, y su caída no parece tener fin. Pero siguiendo la tradición británica, St. Aubyn logra evitar que el drama eche a perder un buen chiste. De ahí lo sorprendente de estas novelas, lo que hacen de ellas una experiencia memorable: saber sacar de tanta suciedad, de una historia abocada al desastre, la chispa del ingenio y la fuerza para continuar adelante.

También nos encontramos de nuevo en Lecha materna y Por fin con la habilidad de St. Aubyn para crear personajes redondos. Ninguno de los retratados tiene un pase, empezando por el autodestructivo Melrose y pasando por cada uno de los patéticos asistentes al funeral de su madre. Pasear por esta recepción es asistir a un desfile de seres horribles que abarcan todos los matices de la repulsión humana. Y lo bien que nos lo hacen pasar.

Pero por supuesto también hay espacio para personas más humanas. En Lecha materna conocemos a Robert, el hijo mayor de Melrose, con una inteligencia y una capacidad de observación impropias en un niño de su edad, y que aporta un punto de vista clarividente. Su madre y su hermano completarán la posibilidad de una forma diferente de tomarse la vida. Entre tanto cinismo, obsesión por el dinero y maldad en estado puro, Melrose descubrirá que todavía tiene la opción de elegir vivir. Solo depende de que cambie de opinión, eso tan difícil de conseguir.

Editorial Random House

Traducción de Cruz Rodríguez Juiz