lunes, 2 de septiembre de 2013

Las inclemencias del tiempo, de Andrés Trapiello


Se suele decir que todos los tomos de los diarios de Andrés Trapiello son más o menos iguales. Pero esto no debería llevarnos a la conclusión de que “leído uno, leídos todos”, porque más bien sería “leído uno, hay que leerlos todos”. En cualquier caso, con Las inclemencias del tiempo hemos hecho un pequeño experimento llevados por las circunstancias: ya habíamos leído varios de los diarios posteriores, pero hemos recuperado este de 1996 que habíamos dejado colgado. Y efectivamente, no es nada grave, podemos continuar por el camino tras pasar por este recodo. 

Los escenarios son los mismos, los personajes tras las X. también, y el deambular de Trapiello por las páginas y la vida son los habituales. Da igual el año en el que estemos, su paso casi bipolar de la exaltación de la felicidad (expresado en un inolvidable viaje a Roma con su familia) a la más desesperada melancolía (anhelos de tragedia en sus desvíos solitarios), pasando por episodios de una comicidad grotesca (la excursión a una “cueva” prehistórica en Zaragoza) son los mismos a los que el lector ya está acostumbrado.





A veces, en esta relación de casi amistad a distancia, uno se enfada con Trapiello. No podemos comprender cómo una persona de su sensibilidad puede ser tan excluyente. No le gusta el teatro, así de genérico. Pocos músicos y nada remotamente moderno. Sus gustos cinematográficos son más exigentes que los del crítico más cínico. Su predilección por autores de segunda o tercera fila son tan llamativos que en otro se tomarían por impostura. Sus opiniones a veces son campanudas, con un punto de exageración que mueve a la sonrisa, pero da un poco de reparo el que se muestre tan limitado en sus gustos.

Pero son discusiones menores. A lo largo de muchos años hemos aprendido a conocer a Trapiello, o al menos a su personaje, y le tenemos tanto cariño como si fuera de la familia. Sabemos cómo tratarle y cuándo tomarle en serio. Sabemos que vamos a estar junto a él todo el tiempo que podamos. Y si no tenemos la suerte de conocerle en persona, al menos sabemos que así nunca vamos a separarnos.  


Editorial Pre-Textos

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