miércoles, 11 de septiembre de 2013

Vidas minúsculas, de Pierre Michon



Si la literatura fuera una ciencia, sería curioso estudiar la proporción de libros, sobre todo franceses, que deben su existencia a Vidas minúsculas. Se podría argumentar que este libro ha propiciado la aparición de un nuevo género, y con él una generación de escritores que han abandonado la ficción en busca quizá de una mayor pureza, pero que sobre todo han encontrado un medio de expresarse en primera persona sin pudor, pero también sin vanidad.

En cualquier caso, el estilo de Pierre Michon tampoco aparece de la nada. Su referente más claro, ya desde el título, es Marcel Schwob. Y tampoco nos interesa aquí introducirnos en la Historia de la Literatura en busca de padres e hijos o hijos sin hijos. La consideración de Vidas minúsculas como obra clave de la literatura contemporánea es intrínseca, y no valorable por su descendencia.




Es cierto que la lectura de libro no es cómoda, sino más bien áspera, morosa. Michon, que sabe muy bien adónde va, se demora no ya en historias sin principio ni fin, sino en frases que parecen que buscan su sentido mientras se van formando. El estilo se convierte en el sentido del libro, pero no de manera exhibicionista o vanamente virtuosa, sino que se revela como la única manera posible de llegar a lo que el autor quiere.

Se dice que a través de las pequeñas biografías de seres que nunca merecerían la atención de los estudiosos, Michon perfila su propia vida. Pero lo que realmente nos interesa es su visión, no su protagonismo. Porque si el escritor está siempre presente, no es como un dios todopoderoso, sino en todo caso como un ángel vigilante. Y las criaturas (no sus criaturas) son retratadas en toda su humanidad. Pequeña humanidad.


Editorial Anagrama
Traducción de Flora Botton-Burlá


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