martes, 6 de mayo de 2014

La hija del veterinario, de Barbara Comyns


Entre las innumerables divisiones y subdivisiones que conforman la taxonomía de la literatura, hay una brecha fundamental que diferencia los libros “realistas” de los “fantásticos”. Cada uno con sus numerosas ramificaciones, con sus implicaciones filosóficas o sociales, pero con una contundente separación detectable a primera vista. Pero hay una estrecha franja en la que ambos estilos se pueden mezclar. Se trata de esos extraños libros de apariencia confortablemente normal en los que con absoluta naturalidad se introduce un elemento inexplicable.

Es difícil conseguir que esta intromisión no quede como un pegote, que la lectura de una historia “que podría haber pasado de verdad” no se rompa y quiebre la suspensión de la credulidad. Por eso casos como el de La hija del veterinario son tan extraordinarios, casi milagrosos. Si en principio la novela parece una historia dickensiana con una muchacha miserable y maltratada como protagonista, cuando aparece ese suceso “paranormal” ni tan siquiera hay un impacto: todo está expresado con tanta convicción que parece un elemento más de la historia.


Pero lo cierto es que, aún sin identificar, desde las primeras páginas hay un elemento extraño que perturba al lector. La escritura de Barbara Comyns es tan sutil que más que leer entre líneas hay que implicarse directamente para intentar saber qué se esconde tras las aparentemente transparentes líneas de acción. Con un uso de la primera persona magistral, Comyns camufla tras un velo de ingenuidad un relato abierto a las más diversas interpretaciones.

Tan desconcertante como la aparición de ese elemento inaudito (que no inverosímil), es la sucesión de escenas de una crueldad terrible (pocos personajes tan despreciables habrá en la literatura inglesa, tan abundante en ellos, como el veterinario) con un sentido del humor tan refinado y a la vez brutal. Comyns no propicia la comodidad del lector, no presenta una historia para provocar compasión o sorpresa. Hace algo mucho más perverso: siembra la inquietud.

Editorial Alba
Traducción de Catalina Martínez Muñoz

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