viernes, 30 de mayo de 2014

Todo lo que era sólido, de Antonio Muñoz Molina


Hay algunos lectores que admiran las novelas de Antonio Muñoz Molina pero a los que se le atraganta su labor como articulista. Ven en sus columnas un tono sermoneador, como si te estuviera echando la bronca sin que tuvieras culpa alguna, que le sitúa en la categoría de “latoso”. El propio Muñoz Molina diría “aguafiestas”. Es probable que estos lectores no se acerquen a Todo lo que era sólido, pero harían mal. Hay cosas que se deben decir, sin pomposidad ni superioridad, de manera clara y contundente. Y Muñoz Molina lo hace de manera magistral.

Todo lo que era sólido es un libro peculiar, a medio camino del estudio histórico (aunque lo que narra es muy reciente, parecería que se trata de una época remota que ya casi hemos olvidado) y el reportaje periodístico (pero utilizando un método periodístico ya también pericletado, riguroso y atento a los hechos). También se puede ver como un libro costumbrista, como un repaso a los motivos que nos han llevado al desastre actual. Pero no es un simple reparto de culpas, es un intento de aclarar qué hemos hecho mal para tratar de encontrar soluciones.




En un repaso que no llega a abarcar ni diez años, el autor pasea por realidades totalmente diferentes: de la época del pelotazo, cuando España estaba dispuesta a conquistar el mundo a base de talonario, a un presente donde domina la incertidumbre y no podemos estar seguros de que lo que dábamos por hecho se mantenga en pie al día siguiente. Los políticos se llevan la peor parte en el reparto de responsabilidades, pero los empresarios y también los ciudadanos tienen su cuota de culpa. Las señales estaban ahí para quien quisiera verlas, pero a nadie le gustan los aguafiestas.

Porque Muñoz Molina señala lo peor y lo mejor de los españoles: afea las ancestrales taras del país, pero no se conforma con el fatalismo ni la rendición incondicional. Nada de “como aquí no se vive en ningún sitio”, pero tampoco “la historia de España es como la morcilla”. En realidad el libro es una lección de civismo: no plantea grandes revoluciones ni utopías populistas, sino pequeños cambios de medida humana: buenos modales, educación, razón. Es un poco como la teoría de los cristales rotos: empecemos con los pequeños gestos y acabaremos por tener una sociedad más amable, más instruida y más justa.

Editorial Seix Barral


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