jueves, 2 de julio de 2015

Pisando ceniza, de Manuel Arroyo-Stephens


Es llamativo el hecho de que este precioso, casi preciosista libro de Manuel Arroyo-Stephens, tan difícil de etiquetar como fácil es salirse del embrollo genérico calificándolo con un “muy poético”, tenga en su título un gerundio, ese monstruo para los correctores de estilo y supuesto invasor despiadado para los puristas resistentes a cualquier atisbo de anglicismo. Se puede considerar esta anotación como una pedantería, pero mejor nos lo tomamos como una indicación de que el autor, ya desde el título, ha hecho lo que le ha venido en gana, sin atenerse a rigores ni canónicos ni estilísticos.

A estas alturas, Arroyo-Stephens, sin duda uno de los grandes editores españoles de las últimas décadas, puede permitirse escribir sobre lo que quiera y como quiera. De tal manera que si Pisando ceniza comienza como unas típicas memorias en las que parece que el autor va a recuperar sus inicios en el mundo libresco (época en la que le sucedieron cosas tan extraordinarias como conocer a un librero de viejo aficionado a la lectura), sin solución de continuidad pasa a ser casi un reportaje sobre Rafael de Paula (apto incluso para antitaurinos), y de aquí, muy sutilmente, a un recuerdo de los últimos días de José Bergamín (o alguien que se le parecía mucho).




El capítulo Palangana, similar a la Taberna fantástica de Alfonso Sastre, nos saca un poco del espíritu del libro y particularmente no lo encuentro muy satisfactorio, pero Arroyo-Stephens pronto recupera el pulso en su viaje de retorno a su pueblo, donde se encuentra con ese magnífico personaje que es su madre, inventora del monólogo exterior. Sin sentimentalismos, pero tampoco ocultando el patetismo y el dolor, Arroyo-Stephens narra los últimos días de su madre con delicadeza y orgullo.

Porque el autor, que evita en todo momento entrar en el territorio de la confesión, no se priva de dejar claros sus sentimientos hacia las personas que le rodean, por muy cercanas a él que sean. El tiempo apenas ha apaciguado su rencor hacia su padre o la indiferencia hacia sus hermanos. Pero un libro como Pisando ceniza, en el que la muerte es el único hilo conductor evidente, no está pensando para calmar ánimos ni buscar reconciliaciones: es una necesidad largamente aplazada que plantea un juego sin solución: qué gran escritor han perdido las letras españolas a costa de un disfrutar de un editor sobresaliente.

Editorial Turner


No hay comentarios:

Publicar un comentario