lunes, 24 de agosto de 2015

El amigo Manso, de Benito Pérez Galdós


Caracterizado como un escritor clásico (eso en el mejor de los casos, cuando no como un autor anquilosado y vulgar), incluso los admiradores de Pérez Galdós (que no necesitamos ni desmentir las acusaciones que caen sobre él, su propia obra se basta a sí misma para defenderse), tenemos que confesar que a veces su modernidad nos pilla desprevenidos. Es el caso de El amigo Manso, novela escrita en 1882 y que comienza con la confesión de su protagonista sobre su inexistencia. Máximo Manso es una entelequia, un no ser que vive en el éter y al que alguien ha dotado (momentáneamente) de una historia que él mismo, a través de este médium, se dispone a narrar.

Pero este artilugio metaficcional, al contrario de lo que suele suceder con los postomodernos conscientes de serlo, tiene un sentido. Y es que Manso vive en el mundo de las ideas. Para él el siglo, la vida común, el día a día, es la verdadera entelequia. Sabio filósofo para el que todo tiene su motivo y cada aspecto de la conducta humana responde a una razón mesurable, cuando sale de sus libros y se topa con la realidad descubre que no ha enterado de nada, que todo lo que ha estudiado está muy bien para la teoría, pero que no es posible su aplicación práctica.




Como buen positivista, Manso cree en el progreso continuo y en los valores de la ciencia. Pero no se trata de un ingenuo, al contrario, tiene gran capacidad para detectar las fallas humanas... al menos cuando no le atañen directamente. Galdós, el médium, consigue que la narración en primera persona no sea obstáculo para mantener al lector un paso por delante de su héroe. Este es tan elevado, tan buena persona, que no se entera de lo que está pasando delante de sus narices, y sin embargo nosotros en todo momentos somos conscientes de la que se está montando.

Como siempre (en esto no nos sorprende), Galdós se muestra como un maestro en la descripción de ambientes y en el dibujo de personajes. La novela, situada en una Malasaña todavía reconocible pese a sus muchos cambios y repleta de caracteres memorables (esa doña Cándida, o Calígula, una intrigante de cuidado), se acerca hacia el final cuidadosamente, hasta que Galdós nos desvela el secreto de tantos corazones y dota al bueno de Manso, al fin, de verdadero conocimiento. Y así nos encontramos con una conclusión de nuevo juguetona e innovadora, con un Manso que ha alcanzado el cielo que se merece.


Editorial Akal

No hay comentarios:

Publicar un comentario