lunes, 2 de febrero de 2015

El tiempo es un canalla, de Jennifer Egan


Cuando un autor se pone a escribir una novela normalmente tiene claro que quiere llegar de A a B, pero lo interesante es lo que pasa en el camino. Este, en una novela clásica, es director, quizá con algún meandro, pero despejado y fácil de seguir. Sin embargo, en la novela contemporánea el trayecto es divergente, repleto de saltos hacia delante y retrocesos inesperados. Y aunque el lector actual ya está acostumbrado a estos juegos narrativos y puede guiarse con soltura, a veces todavía nos podemos encontrar con novelas que desafían cualquier conformismo y que nos plantean un reto tan estimulante como refulgente.

Si en La torre del homenaje Jennifer Egan construyó un perfecto artefacto novelesco que se podría estudiar como la manera canónica de contar una historia manteniendo el interés fascinado del lector en cada página, en El tiempo es un canalla dobla las apuestas y nos enseña en qué consiste la narrativa del siglo XXI. Como si de un disco conceptual se tratase, la autora hace uso de todo tipo de recursos narrativos para construir un panorama tan ambicioso y completo de gran escala como, en el fondo, humanista y cercano.




Porque cada capítulo de El tiempo es un canalla es un ejercicio de estilo en el que Egan juega con el tiempo, la perspectiva, el tono o los géneros literarios. Pero no se trata de un pastiche o de una vacua demostración de virtuosismo. Aparte de la maestría de la autora para conseguir una sutil unión entre las centrípetas partes que componen la novela, hay un fondo que podríamos considerar moral que envuelve toda la narración y que convierte este variopinto muestrario de personajes en un unitario mapa de la conciencia contemporánea.

El tiempo es un canalla ganó el premio Pulitzer y es considerada como una de las mejores novelas de lo que llevamos de siglo, y sin embargo nos parece que no se le ha dado la suficiente importancia, que Egan debería ser tan famosa como Messi, que sus libros tendrían que discutirse en interminables tertulias televisivas... Aunque mejor no, que cada lector sea capaz de descubrir por sí mismo las maravillas que ofrece y disfrutar íntimamente de lo mejor que la literatura puede ofrecernos. Y eso siempre es privado.

Editorial Minúscula
Traducción de Carles Andreu

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