miércoles, 11 de febrero de 2015

Falconer, de John Cheever


Aunque hoy en día John Cheever es admirado sobre todo por sus cuentos, que a menudo se toman por fiel reflejo de los Estados Unidos de los años 50 y 60, hay que recordar que en esa época Cheever era un escritor respetado, pero ni se le consideraba un maestro ni tenía una gran repercusión popular. No fue hasta que publicó sus novelas sobre los Wapshot y, sobre todo, Falconer, convertido en un bestseller instantáneo, que Cheever alcanzó un reconocimiento del que todavía disfruta.

Y es que si sus relatos de la vida suburbial han marcado la imagen que tenemos de la América dorada, bajo cuyo esplendor se escondía la miseria y el tedio, en Falconer Cheever retrata un nuevo país, corrupto y enquistado, en el que no hay mejor metáfora social que la cárcel. Su protagonista, Farragut podría, ser un personaje de un cuento típico de Cheever, un profesor universitario ilustrado, con una infancia difícil y graves problemas emocionales. Pero en los 70 lo que hubiera sido el retrato de un alcohólico sin perspectivas se transforma en el perfil un drogadicto y criminal.




Además de la adicción, en Falconer Cheever también recurre a otras de sus obsesiones, como la homosexualidad. Si en otras ocasiones ya se había ocupado de un asunto que personalmente le trastornaba, en Falconer lo hace de manera cruda y sin sentimentalismo, con esa mezcla de atracción y repulsión que tanto le afectaba. También aparecen, expuestos de una manera despiadada y cruel, temas como el matrimonio, la relación entre hermanos o, de manera más abstracta pero no menos poderosa, la libertad.

En esta novela el estilo de Cheever es más crudo que nunca. La historia avanza a trompicones, sin que importe demasiado la progresión cronológica, pues, como debe de suceder en la cárcel, los días y los sucesos se confunden. A menudo Cheever da la oportunidad a sus personajes para que cuenten sus historias como si se confesaran, y consigue que su voz suene tan auténtica y creíble como despojada. No hay simpatía hacia sus criaturas, y la crítica al sistema penitenciario se mezcla con la observación de una sociedad decadente en la que quizá nadie merece el perdón.

Editorial Salvat
Traducción de Aníbal Leal

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