miércoles, 1 de abril de 2015

Formas del amor, de David Garnett


Para muchos ingleses Francia aparece como un gigantesco escenario en el que se desarrollan pasiones y dramas impensables para el alma serena y contenida de un británico. Por eso David Garnett, que ya desde el título de Formas del amor deja clara su intención de investigar sobre las diferentes pieles que adquiere el romance, eligió con tino la France como lugar en el que desarrollar sus historias de enamoramiento, celos, adoración y decepción.

Pero más allá del decorado, Garnett no sufre el contagio del ardor meridional. Su estilo es reconcentrado, siempre yendo al grano, sin dejar apenas espacio para las interpretaciones psicológicas o las descripciones románticas (en el sentido de reflejar ánimos a través de ambientes). La historia de Formas del amor se desarrolla a lo largo de más de quince años, pero la brevedad de la novela deja claro que no hay espacio para divagaciones, solo cabe lo esencial.




Cada parte del libro se centra en una “forma del amor”, pero al igual que sus personajes se mezclan, adoptando alternativamente el peso de la acción, no se puede considerar la obra como una pieza amorfa. El corazón (término más apropiado aquí que “nucleo”) de la historia palpita en cada página sin que los desplazamientos físicos ni el paso del tiempo afecten al conjunto, trabado por Garnett con efectividad y consistencia.

Como no podía ser de otra manera, el autor se toma un tema tan dado a expansiones como el amor con cierta distancia, a pesar de que no se prive de escenas violentas y de sentimientos más grandes que la vida. Pero Garnett mantiene en todo momento una apropiada reserva, en cualquier caso no cínica, sino de profunda comprensión hacia sus personajes. Estos parecen vivir por y para el amor, como en una película francesa, pero lo que queda es una grave ligereza, como en una novela inglesa.

Editorial Periférica
Traducción de Marian Womack

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