viernes, 17 de abril de 2015

La última causa perdida, de Dennis Lehane


Según un dicho griego, el remordimiento es como el mal olor, después de un tiempo te acostumbras y acabas por no notarlo. Pero este aforismo no parece aplicarse a todo el mundo, desde luego no a Patrick Kenzie, el detective protagonista de las novelas de Dennis Lehane, y tampoco al propio autor. Si después de doce años de los sucesos relatados en Desapareció una noche Kenzie tiene que seguir enfrentándose a su decisión (correcta, pero equivocada), el hecho de que en La últimacausa perdida vuelva a encontrarse en una situación similar y con los mismos protagonistas deja claro que todavía tiene cuentas pendientes, al igual que Lehane.

La cuestión moral que está en el fondo de estas historias paralelas es tan compleja que su lugar natural parecería encontrarse en manuales de filosofía, y no en unas novelas negras de apariencia canónica (investigación detectivesca, violencia explícita, diálogos cortantes). Pero ya sabemos desde hace tiempo que tras esta capa de género y su maestría en la construcción de tramas Lehane también posee un poderoso impulso ético que hace que sus personajes no se muevan solo por conveniencias del argumento, sino que hay un poso humano que convierte a Kenzie y Gennaro en seres de carne y hueso, con sus dudas, sus errores y sus lamentos.




En el apartado más puramente narrativo, La última causa perdida funciona como un tiro. Lehane no se anda con rodeos y dispara la acción desde la primera página, con sus habituales giros inesperados ya presentes desde la introducción. Aunque el libro podría leerse de manera independiente, sin duda el lector habitual de la serie tiene mucho ganado respecto a implicaciones. Como sus personajes, que con una mirada ya se lo dicen todo, el lector puede sacar muchas conclusiones de un solo gesto. Y así avanza el embrollo, con referencias sutiles, golpetazos directos y (re)encuentros inevitables.

Otro aspecto que arraiga La última causa perdida en el género negro es su preocupación por la creación de ambientes y su descripción de la sociedad, siempre con una visión oscura y algunos destellos de esperanza. Pero esto que ya se ha convertido en un tópico cansino, en manos de Lehane recobra fuerza. Precisamente cuando sus personajes ya están cuesta abajo (aquí Kenzie es el héroe cansado), Lehane demuestra que con unos pocos apuntes, con alusiones casi de refilón, se puede hacer un ajustado retrato del mundo que nos rodea sin caer en el pesimismo de salón tan a la moda.

Pero, como decíamos, este desarrollo de pura novela negra es solo una parte de la historia. No es que Lehane se ponga a dar la matraca con consideraciones morales, pero si que propone interesantes y controvertidas ideas sobre responsabilidad, justicia y honor. Kenzie es un tipo duro, pero de esos que siempre mantienen su palabra, incluso hasta límites que a cualquiera le podrían parecer exagerados, poniéndose en peligro no solo a sí mismo, sino a los que más quiere. Pero es que Kenzie más que un detective es como uno de esos personajes de película del Oeste, salido de Grupo Salvaje, que sabe lo que tiene que hacer y lo hará caiga quien caiga.

Editorial RBA
Traducción de Ramón de España

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