miércoles, 8 de abril de 2015

Napoléon, de Georges Lefebvre


Pese a que el título no parece dejar lugar a dudas, en realidad Napoléon, de Georges Lefebvre no es una biografía del emperador francés, sino una historia del consulado y del imperio. Obviamente la figura de Bonaparte no solo marca todo este periodo, sino que por sí mismo sirve para reflejar toda una época, pero Lefebvre no se ocupa de investigar detalles vitales sobre su personaje (nada de su infancia ni de su formación, el libro se abre con la toma del poder por Bonaparte), ni se preocupa por cuestiones psicológicas o costumbristas: no es un retrato, sino una panorámica.

Lefebvre publicó su libro en 1936, cuando la nueva historia iniciada por la escuela de los Annales ya había iniciado su revolución metodológica, influencia patente en el estilo del autor, más preocupado por amplios campos de estudio (sociedad, economía, cultura) que por el tradicional enfoque en fechas y grandes personajes. Pero los postulados teóricos del historiador en ningún momento le impiden atenerse a los hechos y limitar el alcance interpretativo de su obra. Así, aunque Lefebvre se consideraba un historiador marxista, no duda en negar el determinismo histórico: si Napoleón no hubiera existido, las cosas habrían sucedido de una manera muy diferente.




De la misma manera, la honradez intelectual de Lefebvre le impide caer en los extremos que a menudo han condicionado los estudios sobre Bonaparte. Aunque se podría considerar un defensor moderado del emperador, no esconde sus críticas ni obvia el lado más nefasto y cruel de Bonaparte. Si por una parte el gobierno de Napoleón contribuyó a crear el Estado moderno, racionalizando la administración y propiciando avances tan fundamentales como el Código civil (no en vano llamado comúnmente el Código napoleónico), también es cierto que la revolución social que prometió la Revolución francesa nunca llegó a culminarse y con el tiempo Napoleón se hizo cada vez más conservador y cercano a los intereses de la aristocracia.

Y esto por no hablar de su nepotismo sin disimulos y de su despotismo solo un poco más abierto que el del Antiguo Régimen. Incluso su indiscutible genio militar, que propició las mayores victorias conocidas en mucho tiempo, también tuvo su contrapartida desastrosa. El imperio de los cien días no fue más que un ataque de vanidad caprichoso cuyas consecuencias fueron una nueva devastación de la tierra francesa y multitud de muertes innecesarias. Con esta perspicacia a la hora de pintar los claroscuros, con su devoción al detalle y al dato exacto, Lefebvre construyó una historia del imperio que todavía sigue vigente, que se podrá actualizar y enriquecer, pero difícilmente derribar.

Editorial Nouveau Monde


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