La tentación de la inocencia es uno de esos libros en los que el lector se encuentra a
sí mismo dando cabezadas constantemente. Pero no por aburrimiento,
sino como signo de asentimiento. “¡Cuánta razón tiene!”, se
repite constantemente. Porque es cierto que muchas de las tesis que
defiende Pascal Bruckner ya las habíamos pensado antes, pero es
difícil encontrarlas tan sistematizadas y bien articuladas como en
este ensayo.
Otro libro con el mismo
tema y un título más explícito es La cultura de la queja, de
Robert Hughes. Ambos critican una sociedad en la que todo el mundo se
ha convertido en víctima como medio de eludir la responsabilidad
individual. “Yo no tengo la culpa”, “el universo conspira
contra mí”, son excusas habituales que se escuchan como débil
defensa ante comportamientos que van del infantilismo a la barbarie.
Hay grupos para todos los
gustos, nos dice Bruckner, que se esconden tras agravios históricos
o contemporáneos, reales o imaginados, para poder así justificar
una actitud de niño pequeño (lo quiero todo y lo quiero ya, es mi
derecho), o unas reivindicaciones sin más soporte que el derecho de
compensación. Pero incluso esta postura se lleva al extremo de la
individualización. Todos somos víctimas, todos somos sujetos de
acoso y maltrato. Todos somos irresponsables.
A veces se puede caer en
la paradoja de la queja de la queja. Los “reivindicativos” pueden
ser tan enojosos que nos obliguen a entrar en su juego. Pero Bruckner
evita las trampas con un discurso perfectamente elaborado, una
cantidad de ejemplos que es de todo menos vago, y una clarividencia
que hace que casi 20 años después de la publicación de La
tentación de la inocencia, sus tesis sean cada vez más evidentes.
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