lunes, 18 de noviembre de 2013

Jinete Nocturno (IV)

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-Estos malditos franceses nos pueden echar toda la operación abajo.
-Ya les hemos dejado claro que no deben intervenir.
-Por supuesto, pero no me fío ni un pelo de ellos. O bien se las dan de héroes para llevarse el mérito, o lo que es más probable, meten la pata.
-Ese Millot parece de fiar. Sabe que lo que hay detrás es mucho más gordo y que será mejor que no hagan nada.
-¿Cuánto tiempo llevamos con esta operación? ¿Cinco meses?
-En realidad seis, desde que tuvimos conocimiento de que Yurov estaba relacionándose con quien no debía.
-Y ahora que ya lo tenemos todo preparado para atraparle va ese estúpido de Soyenko y se olvida el portátil en casa de su novia. Aficionados... De todas maneras, esto me huele mal desde el principio. Vamos a tener que andarnos con mucho ojo.
-Guillaume está en el centro de operaciones, nos mantendrá informados en todo momento si alguien decide salirse del camino indicado.
-Y para colmo ahora también se han metido de por medio los ingleses. ¿A quién tenemos con ellos?


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Después de que Ronet se marchara, un agente invitó a Helen y Tom a que le acompañaran. Les llevaría a un hotel cercano donde pasarían lo que quedaba de noche antes de que a las seis de la mañana empezara a organizarse el operativo. Ellos cada vez comprendían menos y el sistema francés les parecía improvisado y chapucero, lo que confirmaba sus previas apreciaciones. Una vez se quedaron solos, Tom cogió un cuaderno y después de escribir unas frases se lo enseñó a Helen sin decir nada.
Por muy inútiles que sean, supongo que habrán puesto micrófonos en la habitación, será mejor que nos comuniquemos por escrito.
Helen asintió y Tom volvió a escribir.
Tengo un contacto en la ciudad y prefiero que me confirme los puntos oscuros de todo este jaleo antes de iniciar la misión.
Helen volvió a asentir.
No hay manera de que salga de aquí sin que se enteren, pero me las apañaré para que no me sigan. Lo único que tendrás que decirles cuando vengan a preguntarte es que tú no sabes nada de mis planes. Intentaré ponerme en contacto contigo en cuanto sepa algo.
A Helen no le quedó más remedio que encogerse de hombros y dar su visto bueno de manera tácita. Tom arrancó la hoja que había usado y la tiró al váter. Después salió con la mayor tranquilidad de la habitación sin ver a nadie. Cogió el ascensor y en dos minutos cruzó la puerta del hotel sin apreciar que nadie le estuviera siguiendo. Una vez más se preguntó si los franceses eran muy buenos o unos incompetentes totales.
Tampoco tuvo muchas dificultades para conseguir un coche. En el garaje del hotel sólo había un vigilante que ni tan siquiera le miró cuando pasó por delante de su garita, y el Renault que eligió para llevar a cabo su excursión no cumplía los mínimos requisitos de seguridad necesarios para resistirse a las tentativas de un agente de los servicios de inteligencia británicos.
Durante su trayecto hacia el centro de París, Tom planeó el mejor método de llegar a Rashid sin levantar sospechas. Si estaba sólo en su estudio de Les Halles, no habría ningún problema, pero hacía meses que no estaba en contacto con él y no sabía cuáles podrían ser las circunstancias actuales. Ni tan siquiera tenía un protocolo de emergencia para ponerse en contacto con él en caso de emergencia.
Rashid era en realidad el confidente de Gortiz, el especialista en terrorismo islámico con base continental de la Sección Especial, y Tom sólo se había puesto en contacto con él cuando los caminos de sus respectivos terroristas se habían cruzado. Según Gortiz, era de la máxima credibilidad, y si algo gordo se estaba preparando en París con el FLI de por medio, seguro que tendría que saberlo.
No le quedaba otra que arriesgarse, así que envió un sms al número de Rashid en el que simplemente escribió “de visita desde Londres”, esperando que Rashid comprendiera que algo estaba pasando.
Pasaron diez minutos sin que obtuviera respuesta y Tom ya se estaba planteando presentarse de improviso en el apartamento de Rashid, cuando su móvil empezó a sonar.
-¿Quién eres?
-Pierre -contestó Tom dándole el nombre por el que Rashid le conocía.
-¿Te has vuelto loco? Fuisteis vosotros mismos quienes me enseñasteis que nunca hiciera algo así.
-Lo sé, pero estoy en una situación en la que no podía hacer otra cosa. ¿Podemos vernos de inmediato?
La línea se mantuvo en silencio durante unos instantes.
-Está bien. Supongo que a estas alturas lo mejor será que vengas directamente a mi casa. ¿Recuerdas dónde vivo?
-Sí. Por supuesto estás sólo...
Y Tom ya sólo pudo escuchar el bip que le indicaba la interrupción de la comunicación.


14


-Eres consciente de que has puesto en peligro no sólo mi tapadera, sino mi seguridad e incluso me vida. Espero que estés aquí por algo realmente importante.
Tom no sólo comprendía que había roto todos los protocolos, que se iba a ganar una buena reprimenda cuando sus jefes se enterraran de lo que había hecho y que realmente podía estar poniendo la vida de Rashid en peligro, sino que además no estaba muy convencido de que el paso que había decidido dar mereciera la pena. Sin embargo eso no podía decírselo a Rashid.
-Claro que soy consciente. Y no habría venido hasta aquí si la situación no fuera de extrema gravedad. No tenemos mucho tiempo, así que iré al grano. ¿Sabes qué está preparando el FLI?
Rashid miró a Tom entornando los ojos, como si calibrara el estado de su salud mental.
-¿Y piensas que si supiera algo importante no me habría puesto ya en contacto con Gortiz?
Tom dio la razón a Rashid mediante su lenguaje corporal. Ante todo quería que se tranquilizara y que confiara en él.
-Escucha, sabemos que el FLI está a punto de hacer una importante compra de armas a un traficante ruso y que el acuerdo se sellará dentro de unas horas aquí mismo, en París. Muchas cosas se han tenido que estar moviendo delante de tus narices, así que no me vengas con que no sabes nada.
-¿Tienes la menor idea de la cantidad de rumores que oigo al cabo del día? -dijo Rashid cada vez más enojado-. Si le contara a Gortiz cada bavarde que me llega, tendría que estar todo el día pendiente de mí. Por eso me limito a enviarle un informe mensual.
-¿Y no te parece que esta reunión es lo suficientemente importante como para informarnos de inmediato? -Tom no se iba a dejar apabullar ante la furia de los dos metros de puro músculo de Rashid.
-Algo había oído -dijo Rashid ya más tranquilo-. Pero a esos del FLI nadie los toma en serio. Pregúntale a Gortiz, porque seguro que todavía no lo has hecho. Son un grupito de aficionados que se conformarían con que alguien más allá de la gendarmería les conociera. Además, uno, ni de casualidad tienen tanto dinero o recursos como para hacer una operación de esta envergadura; y dos, están tan infiltrados por la DGSE que no podrían ni enviar una carta al Presidente sin que cayera la mitad del grupo en Francia.
Tom no podía asimilar estas noticias sin sentarse. Toda la información que había recibido en las últimas dos horas había sido débil, contradictoria y misteriosa. Ahora incluso empezaba a preguntarse por qué le habían elegido a él para realizar la misión junto a Helen. Ni el terrorismo islámico ni el tráfico de armas ruso eran su especialidad, y parecía que su experiencia como agente de campo tampoco había sido reclamada por los franceses.
-¿No tienes alguna pista de a qué viene todo esto? -dijo sin resignarse a irse del estudio de Rashid sin respuestas-. La DGSE ha puesto el máximo nivel de alerta. Si nos han avisado hasta a nosotros, ya te harás una idea de lo importante que les parece. Y sin embargo dices que el grupo está totalmente infiltrado. No tiene ningún sentido.
Rashid decidió imitar a Tom y también tomó asiento. Después de encender un cigarrillo, iluminando la habitación por primera vez desde que Tom había llegado, decidió volver a hablar.
-¿Quién está al mando de la operación?
-André Millot.
-Cómo no. ¿Y qué os han dicho los americanos?
-Según los franceses, están totalmente la margen.
-Seguro, y a mí me van a hacer ministro del Interior pasado mañana. El traficante ruso... ¿se llama Yurov?
Tom volvió a ponerse de pie ante la perspectiva de estar avanzando en la nueva dirección.
-¿Cómo lo sabes...?
Justo en ese instante un fuerte golpe se adelantó al derribo de la puerta del estudio de Rashid. Tom se lanzó por instinto detrás del sillón en el que había estado sentado hasta un momento antes, pero Rashid no tuvo su misma agilidad y fue el primer blanco que los asaltantes eligieron para descargar sus armas. En menos de un segundo Tom repasó sus limitadas posibilidades y decidió lanzarse por la ventana que tenía detrás de él. Se encontraba en un segundo piso, pero sin duda tenía más posibilidades de salir vivo tirándose por la ventana que si decidía quedarse a discutir con los asaltantes. No tuvo ni un segundo para calibrar pros y contras.
La caída fue estrepitosa, pero Tom no tenía tiempo para lamentaciones. Tras comprobar que no se había roto ningún hueso en la caída, Tom salió corriendo en busca del primer coche que no se hiciera el duro ante sus intentos de intimar. Tuvo suerte y encontró una réplica del Renault que le había llevado hasta allí antes de que los asaltantes hubieran alcanzado la calle. Bendito chovinismo francés. Sin mirar atrás, Tom se dirigió a toda velocidad al hotel en el que había dejado a Helen.


15


-¿Qué ha pasado?
-El árabe ha caído, pero el inglés ha logrado escaparse.
-¡Qué me estás contando! ¿Cómo es posible que haya huido de esa ratonera?
-Simplemente saltó por una ventana. Después le perdimos la pista.
-Habrá ido hacia el hotel. No podemos permitir que salga con vida, es parte del trato.
-¿Quiere que me ponga en contacto con los chicos de arriba? Lo harían barato y sin preguntar.
-Claro, precisamente lo que necesitamos es una pandilla de matones baratos para que nos hagan el trabajo sucio. Lo que quiero es que te ocupes personalmente y que esta vez no falles.


16


Tom alcanzó la habitación del hotel en la que le esperaba Helen magullado y con un agudo dolor en cada costado de su cuerpo. Cuando su colega le vio no pudo evitar lanzar un grito de alarma, pero él la tranquilizó con un gesto que quitaba hierro a su penoso aspecto.
-Parece que me he caído de un tercer piso, ¿eh? Bueno, no exageremos, sólo era un segundo.
-Pero, ¿estás bien? ¿Qué ha pasado?
A Tom ya no le importaba que los franceses escucharan lo que pudiera decir. De hecho, su principal sospecha sobre la responsabilidad de lo que había pasado recaía en ellos.
-Fui a ver a un buen amigo de G. y cuando estaba a punto de contarme algo importante, un grupo de liquidadores armados hasta las cejas entró y empezó a disparar a mansalva. No me quedé allí el tiempo suficiente para asegurarme de que le hayan matado, pero no tengo muchas esperanzas de que nos pueda seguir ayudando.
-Mierda, parece sacado de una película -dijo Helen, que no estaba tan acostumbrada a la acción como su compañero-. Entonces ¿no te pudo decir nada?
-No demasiado. Al principio no se tragaba que el FLI pueda estar metido en un asunto tan gordo, pero cuando salieron los nombres de Millot y Yurov pareció hacer alguna conexión.
-¿Y qué crees que deberíamos hacer ahora?
-Admito cualquier sugerencia.
Los dos se quedaron en silencio sin que ninguna idea acompañara sus reflexiones. Helen comenzó a retorcerse los dedos como sólo hacía cuando se encontraba en situaciones realmente extraordinarias. Tom se apretaba las sienes con tal fuerza que parecía a punto de hundir sus dedos en la carne. Ninguno de los dos había vuelto a articular palabra cuando alguien llamó a la puerta de la habitación. Tom pidió con un gesto a Helen que no dijera nada y se acercó a la puerta con una pistola en la mano. Tras escrudiñar por la mirilla con la mayor precaución, abrió la puerta sin soltar el arma.
-¿Qué estas haciendo? -le preguntó Ronet sin apartar la mirada de la pistola.
-Supongo que a ti también te enseñarían eso de que no hay que fiarse de nadie. Pues bien, yo siempre sigo los buenos consejos que me dan.
-¿Es que no te fías de mí? ¿Estás totalmente loco? -dijo Ronet alarmado
-No, sólo que cuando unos desconocidos me disparan sin respetar la más mínima consideración y tengo que lanzarme por una ventana para escapar, suelo volverme susceptible.
-¿Se puede saber de qué demonios estás hablando?
-Está bien, haremos como si.
Y Tom contó nuevamente su aventura nocturna ya un poco cansado del relato. Mientras hablaba, pensaba en la cantidad de veces que tendría que repetir todo otra vez cuando volviera a Londres. Al menos allí podría adornarse un poco y detallar cómo noqueó a alguno de los asaltantes, o su pericia para escapar sin sufrir ningún rasguño.
Cuando Tom terminó el relato, Ronet sacó su móvil (con movimientos muy lentos y dejando claro a Tom que no corría ningún peligro) e hizo una corta llamada.
-Veamos -dijo tras colgar-. Me acaban de confirmar que ha habido un tiroteo en Les Halles y que han encontrado el cadáver de Rashid Hassen, un ratero sin relevancia. No nos consta que esté a vuestro sueldo, pero asumiremos que es verdad. Ahora me tendrás que explicar qué pretendías con tu excursión.
-No estaría mal que me explicaras tú primero cómo es posible que nos dejéis sin vigilancia y que pueda escabullirme de aquí como si tal cosa.
Ronet miró a Helen, pero lo que pretendía era, de nuevo, cuestionar la salud mental de Tom.
-¿Es que acaso no sois nuestros aliados? ¿Por qué íbamos a vigilaros?
-Por favor, Ronet, que no somos unos novatos -dijo Winder cansado de las imposturas de Rone-. Por muy aliados que seamos, si tu estuvieras en Londres no te dejaríamos ni un segundo sin vigilancia justo unas horas antes de iniciar una operación trascendental.
-Supongo que tenemos diferentes estilos.
-En cualquier caso -intervino Helen-, ¿para qué has venido a vernos?
Ronet aprovechó para dar por anotado el incidente de Tom y volvió a centrarse en Helen.
-Uno de nuestros infiltrados en el FLI se ha puesto en contacto con nosotros.
-Ah, ¿entonces ahora tenéis infiltrados en el FLI? Interesante.
Ronet no hizo caso del sarcasmo de Tom y volvió a hablar dirigiéndose exclusivamente a Helen.
-Este contacto nos ha confirmado que el representante de la organización designado para firmar el acuerdo con Soyenko ya está en Francia.
-¡Grandes noticias!
Esta vez Ronet sí que miró a Tom.
-A lo mejor también te alegra conocer el nombre del representante.
-Me tienes en ascuas.
-John Harker.
Al oír el nombre, el dolor que parecía habérsele pasado en los últimos minutos gracias al analgésico que se había tomado, volvió con mayor intensidad que nunca a los huesos de Tom.

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