lunes, 4 de noviembre de 2013

Jinete Nocturno (II)

4


Aunque a Tom le había venido de perlas tener una buena excusa para abandonar la fiesta, la llamada de emergencia le había preocupado. La melodía de Joy Division sólo sonaba en casos verdaderamente graves, y ya en los últimos días corrían rumores de que algo importante estaba a punto de pasar.


Por una vez, el metro funcionaba, así que pudo ir desde Sloane Square hasta Vauxhall y en menos de veinte minutos ya estaba a las puertas de la sede del Instituto. Cuando llegó al despacho de Khun las caras que le recibieron daban fe de que el asunto era feo.


-Gracias por presentarte tan pronto, Tom. Espero que nuestra llamada no te haya supuesto un gran contratiempo.


-No, de hecho ha sido casi una salvación, estaba pasando un mal momento.


Khun le miró extrañado pero no hizo más comentarios. Helen Clarke tomo la palabra:


-Lo mejor es que vayamos al grano. Vas a tener que irte a París de inmediato. Nos han informado de que está a punto de realizarse una venta de armas a gran escala en París que puede echar por tierra nuestro trabajo de los últimos cinco años.


Tom pensó que este trabajo tampoco había dado tan buenos resultados como para temblar por la posibilidad de que fuera un esfuerzo inútil, pero prefirió no comentar nada.


-Se trata de tu amigo Yurov, que a vuelto a las andadas -continuó C-. Al parecer ha llegado a un acuerdo con los del FIL para venderles todo su catálogo de armas de última generación. Y no nos aventuramos demasiado si pensamos que lo que no están planeando precisamente una fiesta de fuegos artificiales.


Yurov era una famoso señor de la guerra que en los últimos veinte años había levantado un imperio gracias a sus recursos enraizados durante la Guerra Fría, su falta de escrúpulos y la afición de la humanidad por las armas. La Sección Especial para la que trabajaba Tom ya se había topado con él en numerosos casos de tráfico ilegal de armas, desde Angola hasta Sri Lanka, y aunque en varias ocasiones habían creído haber estado a punto de cazarle, siempre había logrado escabullirse.


Por su parte, la FLI era una organización terrorista que actuaba en Oriente Próximo, no demasiado conocida, pero que, según todos los informes, en los últimos tiempos se estaba preparando para aparecer en todos los noticiarios del mundo con alguna puesta en escena a lo grande.


-¿Y qué hacen Yurov y la FLI reuniéndose en París? -preguntó Tom, extrañado de que el traficante más buscado por los servicios de inteligencia de Occidente y un grupo terrorista tuvieran la desfachatez de mostrarse tan abiertamente.


-Obviamente ni Yurov ni los jefazos de la FLI estarán allí -respondió Clarke, molesta por tener que explicar estas evidencias al que supuestamente era su mejor agente de campo-. Pero sí que estarán sus intermediarios para concretar el acuerdo. Por una vez los franceses de la DGSE han sido de utilidad y sabemos el momento y el lugar en el que se reunirán. Y tú estarás allí para evitar que esos caballeros lleguen a un acuerdo.


-Más que la perspicacia de nuestros colegas franceses, lo que me sorprende es su generosidad. ¿Por qué nos han avisado de todo el operativo?


Helen guardó silencio unos segundos complaciéndose en la perplejidad de Tom. Finalmente desveló la sorpresa:


-Adivina la procedencia de las armas que se van a vender.


Tom permaneció sumido en su perplejidad durante unos instantes. Cuando habló, apenas le salió la voz:


-¿Me estás diciendo que Yurov va a vender a los árabes armas... nuestras?


5


Inmediatamente después de terminar la reunión, Tom y Helen se dirigieron al Saint Pancras para coger el Eurostar. Tan sólo tres horas después tenían concertada una cita con su enlace de la DGSE. Al día siguiente se produciría la reunión que podía poner en jaque el statu quo de Oriente Próximo.


Durante el viaje por el Canal, Tom leyó los informes que le habían preparado e hizo a Clarke todas las preguntas que se le ocurrieron, empezando por querer saber por qué habían tardado tanto en informarle de un asunto tan grave.


-No hemos tenido la confirmación hasta esta misma tarde. Y ya sabes que en la Sección no se fían mucho de los franceses... -Helen dudó durante unos instantes, seguramente recordando la nacionalidad de la mujer de Tom-. En fin, que hemos preferido no pulsar el botón de alarma hasta estar completamente seguros de que esto iba en serio.


-Esta bien, y ahora que ya lo sabemos, dime qué vamos a hacer. Porque según todo esto, la DGSE está segura de que el encuentro de mañana será un puro trámite y que el transporte de nuestras armas ya está perfectamente organizado. ¿Les vamos a seguir hasta sus guaridas o les torturaremos hasta que nos digan dónde está el dinero y la mercancía?


Clarke miró con severidad a Winder:


-Ni una broma con las torturas. Bastante hemos tenido que pagar con el tema de Siria y el embrollo de las filtraciones para que ahora empieces tú con tonterías. Ya sabes que los americanos están que trinan con todo ese asunto.


-Está bien, pero explícame cuál es el plan.


-Aunque hayan tenido la gentileza de avisarnos, los franceses no tienen la menor intención de delegar en nosotros la estrategia a seguir -dijo Helen con fastidio-. Ya hemos intentando explicarles que nosotros conocemos mejor a los protagonistas, que tenemos la inteligencia, y que si las armas todavía no han salido del país al final seremos nosotros quienes tengamos que hacernos cargo de la operación, pero no nos hacen el menor caso.


-¿Quién es el encargado de la misión?


-André Millot, creo que ya le conoces.


-¡Millot! Maldita sea, no podía habernos tocado otro peor.


6

Unos cinco años antes, cuando todavía no había ingresado oficialmente en la Sección Especial, Tom Winder había pasado seis meses trabajando junto a los franceses en un programa de colaboración que ni los servicios de inteligencia británicos ni los franceses aprobaban, pero que los gobiernos de ambos países habían impuesto para dar una imagen pública de cooperación y de buena amistad.


La compleja escena internacional había hecho más necesaria que nunca la colaboración entre los servicios de espionaje de ambos países, y aunque no se llegaba a la descabellada pretensión de que ambos aliados compartieran sin cortapisas sus informes, al menos se pretendía conseguir una fluida corriente de intercambio de datos relevantes para la seguridad internacional.


Tom sabía hablar perfectamente francés, algo que extrañamente era poco habitual entre los miembros de la Sección Especial, y cuando desde arriba impusieron la colaboración forzada, fue elegido para trasladarse a París, donde debería aprender todo lo posible sobre el estilo de espionaje continental. El sacrificio aparentaba ser de tal calibre que sus jefes le prometieron que, si todo salía bien, a su regreso podría considerarse como un agente más de la Sección Especial.


Su destino francés le pareció un regalo. Según el patrón de sus compañeros, era todo un afrancesado, y pese a que él no se tomaba por tal, no le costaba admitir que era mejor pasar un semestre en París que en, pongamos por caso, Tirana. Así que puso su mejor falsa sonrisa y se presentó en las dependencias de la DGSE que le habían indicado, donde se reportó ante André Millot.


-Bienvenido, mister Winder -le recibió Millot en francés-. Supongo que no le hace mucha ilusión estar aquí. Pues bien, sepa que el sentimiento es mutuo. Todo esto no es más que un politiqueo de la peor calaña y no me hace la menor gracia tener un sabueso inglés husmeando por aquí. Pero he recibido órdenes y por lo menos en este país tenemos la costumbre de seguirlas, así que pasaremos el trámite y esperemos que no haya heridos. Simplemente, usted haga como que aprende y nosotros haremos como que su colaboración ha sido excelente.


Millot se dio la vuelta y no dejó que Tom abriera la boca. Nadie más hizo caso de él y pasó el resto de la mañana sentado en una silla pensando en el informe que iba a pasar a sus superiores. Cuando intentó inspeccionar el lugar, todas las puertas se le cerraron y las caras que se dignaban a mirarle expresaban un recelo mal escondido.


La respuesta de sus jefes ante sus quejas no fue más alentadora. No sólo era lo que se habían esperado, sino que el trato que ellos mismos dispensaban a los enviados franceses a Londres era la misma que Millot practicaba con él.


Pero no todo fue una pérdida de tiempo durante su estancia en París. Allí consiguió las referencias y los contactos que más tarde le servirían como tapadera en Londres. Además, conoció a Sophie.


7


En los cinco años que habían pasado, Tom no había vuelto a ver a Millot. Cuando volvieron a encontrarse, éste hizo como si no recordara en absoluto a su discípulo, algo impensable en un agente de su categoría. Durante el encuentro que mantuvieron, se dirigió exclusivamente a Helen, y cuando Tom hacía alguna observación, hacía como si no le hubiera oído.


-La cita será mañana a las seis en el Café de la Ópera -dijo sin muchos rodeos-. Ya tenemos preparado todo el operativo. Nuestros agentes saben lo que tienen que hacer en cada momento. Agradecemos su colaboración, pero esperamos que no pretendan inmiscuirse más allá del papel que les tenemos asignado.


-Comprendemos su postura -dijo Helen contemporizadora-, pero no hemos venido aquí para quedarnos con los brazos cruzados. Queremos tener información inmediata y voz y voto a la hora de tomar las decisiones.


-Y yo quiero una villa en Niza y un avión privado para ir los fines de semana a Brasil. Pero lamentablemente nuestros deseos no siempre se hacen realidad.


-¿Entonces para qué nos han hecho venir?


-Eso no ha sido decisión mía -Tom empezaba a sentir un poderosos déjà vu-. Les puedo asegurar que les mantendremos informados de todo lo que suceda, pero la acción ejecutiva queda exclusivamente en nuestras manos.


-Para eso no hacía falta venir a París -dijo Clarke con dureza-. Exijo que Winder esté presente en el Café de la Ópera en el momento de la reunión y que pueda colaborar con sus agentes en pie de igualdad.


-¡Ja! -exclamó Millot, aunque no se le veía muy feliz- Ustedes se quedarán aquí y seré yo personalmente quien se encargue de contarles lo que pase. Bueno, quizá no yo personalmente, pero alguien les tendrá al tanto. Se lo aseguro.


Clarke y Millot mantuvieron un duelo de miradas que terminó cuando Helen decidió levantarse y salir de la sala en la que estaban reunidos. Tom dudó sobre la conveniencia de seguirla, pero antes de que se decidiera Helen estaba de vuelta ofreciendo un móvil a Millot.


-Sí. Comprendo. ¿Está seguro? Pero... De acuerdo.


Millot devolvió el móvil a Helen de malos modos. Si antes su mirada parecía poder doblar cucharas, ahora parecía capaz de atravesar paredes de cemento armado.


-Mister... Winder puede ir con el equipo. Pero se lo aseguro, la más mínima metedura de pata y me encargaré de que no vuelvan a pisar suelo francés en su vida.


Clarke apenas bajó la voz cuando comentó a Tom:


-Como si eso fuera una gran amenaza...


Millot volvió a expresar un odio tan poderoso con su mirada como para provocar una fisión nuclear y salió de la habitación sin despedirse. Al momento entró otro agente francés que se presentó como Ronet.


-Creo que están esperando algunas aclaraciones. No tenemos mucho tiempo, así que por favor no me interrumpan.


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