lunes, 3 de febrero de 2014

Jinete Nocturno (XIII)

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Helen pidió a Beliy un cigarrillo, recurso del que solo echaba mano en momentos realmente tensos. Tras unas caladas pareció tranquilizarse, y con un sutil gesto invitó a Harker a que empezara a hablar.
-Supongo que todo esto es un shock para ti.
-No te creas -dijo Helen irónica-. Hasta ayer creía que estabas muerto. Luego me entero de que te habías pasado a los malos. Y ahora te encuentro aquí tan sonriente. ¿Por qué iba a estar extrañada?
-En realidad todo es mucho más simple de lo que parece -dijo Harker con su imborrable sonrisa, otro efecto secundario de la medicina milagrosa con la que le habían estado tratando.
-Cada vez que alguien dice eso, me echo a temblar -dijo Clarke.
-Tampoco es que tengamos mucho tiempo -apuró Beliy-. Así que se breve, Harker, por favor.
-En realidad nunca he dejado de ser un agente inglés -comenzó Harker-. Y debería enfadarme por que os hayáis creído todo ese cuento de mi defección.
-Mira, John... -dijo Helen enojada.
-Nooooo. Que es broma. Soy muy bueno en mi trabajo. Por supuesto que os lo creísteis. Si no hubiera sido un fracaso total.
-Y poco inglés -dijo Beliy con sorna.
-Muy poco inglés, efectivamente -corroboró Harker-. Todos estos años me he estado creando una imagen de desertor sin escrúpulos dispuesto a traicionar a mi país y a mis amigos por dinero. Ya ves tú, con lo desprendido que soy yo.
-Harker, que estamos algo apurados -metió prisa Beliy.
-Cierto, lo siento. La Casa necesitaba a alguien sobre el terreno para no perder comba, y quién mejor que el menda. Así que me he sacrificado hasta un punto que no te puedes imaginar -aquí los efectos del medicamento parecieron flojear y a Harker se le puso cara de circunstancias, pero solo duró un instante-. En fin, que todo este trabajo me ha traído hasta aquí.
-¿Y “aquí” significa? -preguntó Helen impaciente.
-A ponerme del lado de los rusos para destapara las mentiras de los yanquis.
Helen comprendió por qué Beliy le había pedido tan encarecidamente que se sentara.


56


Hacía tiempo que Tom había abandonado su silla y no paraba de dar vueltas por el apartamento, sin preocuparle lo nerviosos que se pusieran Camille y Henri. Estaba demasiado intranquilo para quedarse quieto. No podía creerse lo que estaba oyendo, pero a la vez su analítico cerebro no paraba de dar vueltas intentando encontrar conexiones. Al mismo tiempo, sus articulaciones tenían que adaptarse al movimiento mental para no quedarse abotargadas.
Como Camille se negaba a tener que ir mirando de un sitio a otro de la habitación para seguir el devaneo de Tom, decidió hablar directamente a Henri, que de todas maneras tenía todos sus sentidos concentrados en ella.
-Yurov se ha convertido en uno de los mayores enemigos de los Estados Unidos. A puesto en peligro muchas de sus operaciones, por no hablar de la vida de muchos de sus ciudadanos. No tiene escrúpulos a la hora de poner a disposición de los mayores criminales del mundo sus armas. Y los objetivos de esas armas son, con demasiada frecuencia, americanos.
-Sé por qué los yanquis quieren aniquilar a Yurov -dijo Tom algo impaciente mientras se situaba detrás de Camille-. Pero ¿qué pintáis vosotros?
-Es sencillo, ¿no? Gracias a nuestro dominio del FIL hemos podido ponernos en contacto con Yurov. Todo eso del portátil y esas historias seguro que es un camelo. La verdad es que no estoy al tanto de todos los detalles de esta operación...
-¡Sorpresa!
-Pero tampoco hace falta estar en el meollo para comprenderlo. De hecho, y creo que en esto vas a estar de acuerdo conmigo, te diría que nadie sabe muy bien lo que está pasando.
-¡Exacto! -exclamó Tom con satisfacción-. Os habéis metido en un lío del que ahora no sabéis cómo salir.
-No exageres. Los yanquis quieren a Yurov. Los franceses tienen acceso a él. Se prepara la trampa. Yurov cae. Todos contentos.
-Pero estás dando por hecho que Yurov va a estar en París poniendo todas las facilidades para que le atrapéis. Y a lo mejor él no tiene tan buena voluntad.
-Ya te digo que no tengo toda la información sobre Jinete nocturno, pero si han puesto toda la carne en el asador es porque la recompensa que esperan obtener merece la pena.
-¿Y yo qué pinto en todo esto? -preguntó Tom con desamparo.


Por una vez, Camille se detuvo a reflexionar antes de contestar. Al contrario de lo que era su costumbre, no tenía una respuesta preparada.
-Confieso que esa misma pregunta me la he planteado yo desde que me contaste tu historia. No que tienes que ver con esta operación tú, Tom Winder, concretamente, sino los ingleses.


57


-Sé que andamos apurados de tiempo -dijo Helen un poco más tranquila-, pero cuéntamelo despacito, haz el favor.
-Tú pregunta que yo contesto -dijo Harker, siempre risueño.
-¡Qué quieres que te pregunte! -poco le había durado a Helen la calma, empezaba a exasperarle el tono beatífico de su excompañero, o compañero, o lo que fuera ahora Harker- ¿Qué es eso de que de repente nos hemos puesto del lado de los rusos?
-Mejor compañía no vas a encontrar -intervino Beliy.
-Por favor, Beliy, que ahora no estamos para bromas.
-A John a lo mejor le es un poco embarazoso contar esta parte de la historia -dijo Beliy ante el asentimiento de Harker-. Así que te la resumiré yo: en realidad no es tanto que vosotros hayáis decidido venir a los brazos del oso ruso, como que los yanquis os han dado la patada.
-¿Y no crees que me habría enterado de algo así? -preguntó Helen con incredulidad.
-Lo siento, Helen -y tan ducho era Beliy en las artes del disimulo que parecía que lo sentía de verdad-, pero por ahora todo está en fase de... tanteo. Hasta esta noche no se hará... oficial. Y hemos tenido que ser muy discretos.
-Dejaré aparte mis sentimientos personales -dijo Clarke, sin duda molesta-. Pero intenta explicarme que es todo esto de patadas y abrazos del oso.
-Mira, Helen -se animó a hablar Harker-, sabes que todo este embrollo de las filtraciones no les ha sentado nada bien a nuestros primos.
-Los problemas de la libertad de prensa.
-Lo que quieras. Pero ya hacía tiempo que tenían la sensación de que nosotros nos aprovechábamos mucho de la “relación especial” sin dar nada a cambio. Mientras estuviéramos calladitos y sin movernos demasiado podían tragar. Pero si no podemos controlar a nuestros propios ciudadanos, dicen, cómo vamos a encargarnos de vigilar el mundo. Que por nuestra culpa se haya sabido todo ese tejemaneje ha sido la gota que ha colmado el vaso.
-Por peores hemos pasado.
-Ya, pero es una, tras otra, tras otras. Hasta que dicen basta. Además, ahora los franceses están muy interesados en hacerse sus amiguitos. Siempre se las han dado de muy prepotentes e independientes, pero en cuanto han visto la oportunidad de inmiscuirse, ahí que han metido las narizotas.
-¿Y qué oportunidad ha sido esa? -preguntó Helen, que prefirió pasar por alto todos los cabos sueltos para poder avanzar.
-Yurov. Resulta que todo eso de la compra de armas es un montaje de la DGSE para atrapar a Yurov y entregárselo a los americanos como regalo de compromiso.
-Y un regalo más apreciado de lo que te puedas imaginar -aportó Beliy.
-¿Más valorado que pillar al mayor traficante de armas del mundo?
-Tan valorado como tener al mayor intermediario en la venta de armas americanas del mundo. Un intermediario al que hemos logrado convencer de que se arrepienta y cuente al mundo cuál ha sido su verdadero papel en el mercado de venta de armas global.
Helen se echó las manos a la cabeza de manera instintiva. Miró con incredulidad a sus acompañantes y con una sola mueca pidió más explicaciones.
-Como lo oyes -terció Harker-. Yurov ha colaborado durante todo este tiempo con los americanos haciéndoles el trabajo sucio. Si querían hacer llegar un cargamento de armas a un lugar donde su presencia fuera mal acogida por la opinión pública, siempre tenían a Yurov para que se encargara de que toda la operación fuera bien ejecutada, y además con total discreción.
-¿Y colaboraban con Yurov a la vez que este proporcionaba armas a sus enemigos?
-Ya sabes que cuando haces negocios con el diablo tienes que cometer algunos pecados -dijo Beliy-. Además, mejor que las armas proporcionadas a todos esos terroristas sean de un amigo. Puede haber algunos defectos, algunos localizadores... Ya sabes, un juego muy complejo y arriesgado, pero de ganancias aseguradas. Siempre que nadie se entere.
Helen se puso de pie para tratar de controlar su ataque de incomprensión. Tras un debate mantenido consigo misma, prosiguió con sus preguntas.
-¿Y por qué Yurov ha decidido hacer todo público?
-Compréndelo -dijo Beliy como si fuera algo evidente-. Ya está cansado de todo este mundo. Está mayor, tiene mucho dinero y pocas ganas de continuar. Así que se acercó a nosotros, le hicimos una oferta generosa, y aceptó sin dudarlo.
-Y seguro que los americanos se toman todo esto con caballerosidad. No diré que la supervivencia de Gran Bretaña depende por completo de Estados Unidos, pero si les hacemos esta jugarreta...
-No te creas que todo esto es improvisado -dijo Harker con aparente seriedad-. Se han calculado los pros y contras y las altas instancias han decidido dar el paso. Tenemos que pensar quién está en decadencia y quién es el nuevo poder emergente. De todas maneras, esto puede servir como aviso.
Helen no acababa de tragarse todo este cambio de alianzas. Pero comprendía que con Beliy ahí delante Harker no podía ser más explícito. Había algo que no encajaba, pero no estaba en la mejor posición para ponerse a hacer preguntas incómodas. Eso sí, había una cuestión cuya respuesta necesitaba conocer de inmediato.
-¿Y de qué va todo eso de la reunión de esta noche?
-Es una jugada maestra -dijo Harker con excitación en los ojos-. De un plumazo logramos dejar a los franceses en ridículo al desmontar toda su operación y a la vez nos aseguramos de que todo el mundo conozca las intenciones de los yanquis. Será imposible tapar una historia así.
-Pero ¿Yurov estará en el restaurante?
-Tienen que verle -afirmó Harker-. Es arriesgado, pero él está de acuerdo con que es necesario que se presente.
-Bueno, ya solo faltan algunos flecos para completar toda esta locura -dijo Helen casi sin fuerzas, agotada como estaba por el esfuerzo mental de comprensión-. Harker, ¿tú que haces aquí?
-¡Soy imprescindible, Helen! Conozco de primera mano todas las partes del juego. Digamos que soy el enlace entre nuestra agencia y los rusos, la garantía de que todo vaya bien. Los franceses y los yanquis llevan todo el día intentando acabar conmigo, suerte que son unos inútiles. Pero lo hacen porque creen que soy un facilitador de Yurov, que tengo la misma información que él y que estoy dispuesto a venderla. ¡Si supieran cuál es mi verdadero papel!
-De acuerdo, lo admitiré. Pero entonces, ¿por que los franceses nos llamaron para que participáramos en Jinete Nocturno?
-Muy buena pregunta, sí señor -dijo Beliy-. Una pregunta endemoniadamente buena.


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