viernes, 28 de febrero de 2014

Los perros y los lobos, de Irène Némirovsky


Para un aficionado a la lectura hay pocas experiencias más satisfactorias que descubrir a un autor prometedor, seguir su trayectoria y asistir a su consagración como escritor (aunque, por complicaciones psicológicas inherentes al ser humano, no es inhabitual que, una vez alcanzado el reconocimiento general, el admirador de primera hora reniegue de “su” autor debido a pintorescas justificaciones). El caso de Irène Némirovsky es totalmente inusual, y entre sus peculiaridades no es la menor que conociéramos primero su obra maestra, Suite francesa, que también fue su último libro, antes de ser capaces apreciar su evolución.

Gracias a la labor de Salamandra en los últimos años hemos podido acceder a la bibliografía de Némirovsky y reconstruir su historia editorial. Tiene interés por sí mismo el poder rastrear los motivos de la “autora”, investigar sus métodos de creación, rastrear sus obsesiones y sus marcas de estilo. Pero sin duda lo más importante es poder disfrutar de sus novelas, unos libros quizá de tono menor, sobre todo teniendo en mente la grandeza de Suite francesa, pero que siempre tienen algo que los hace muy apreciables.




En Los perros y los lobos, la última novela que Némirovsky vio publicada, nos encontramos con uno de los grandes temas de toda su obra, la difícil asimilación de los judíos en Europa occidental. Una vez más, Némirovsky muestra una ambivalencia hacia su propio pueblo de una complejidad que no admite análisis categóricos. Hay algo de desprecio, y mucho de compasión; hay rechazo, pero también reconocimiento de la propia identidad; hay rabia y dolor, pero al final se impone la aceptación de la pertenencia.

En cualquier caso, Los perros y los lobos, que no podemos leer ajenos a su contexto, es también una peculiar historia de amor, aunque quizá sería mejor hablar de ilusión. Un contraste entre lo que se es y lo que se pretende ser, un juego de niños llevado a la práctica de manera inconsciente y con consecuencias en apariencia terribles, pero que quizá, en el fondo, tengan pleno sentido. Es curioso que la protagonista del libro sea una pintora cuya obra recuerda instintivamente a la de Chagall. No hay dos artistas más opuestos en apariencia a Némirovsky y Chagall, pero lo que tienen en común es algo mucho más profundo que las apariencias.

Editorial Salamandra
Traducción de José Antonio Soriano Marco

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