martes, 25 de febrero de 2014

Lo que sé de los vampiros, de Francisco Casavella


Es difícil encontrar una novela contemporánea que no tenga miedo a contar una historia (y nada más) (y nada menos). Por eso el lector de Lo que sé de los vampiros se sorprende (primero) y se entusiasma (enseguida) nada más iniciar su lectura. Francisco Casavella afrontó la tarea de escribir una novela “como las de siempre” sin temor a parecer desfasado. Pero es que disponía de las mejores armas: un talento literario de primer orden que le permitía desplegar sus habilidades narrativas a lo largo de más de 550 páginas, en las que la erudición se mezcla con la ligereza y el saber histórico con el enredo argumental.

En Lo que sé de los vampiros entramos en batalla durante la Guerra de los Siete Años, partimos junto a los jesuitas tras su expulsión de España camino de Roma, recorremos Europa y tras detenernos en Dinamarca, acabaremos en el París revolucionario. El viaje no se acaba aquí, pero no desvelaremos cuál es la siguiente parada. También conoceremos a algunos de los personajes más importantes o excéntricos de la época, entre ellos a Federico el Grande, el conde de Saint Germain o Mirabeau.




Pero Casavella no construye una novela épica, una sucesión de grandes momentos, sino que prefiere detenerse en la pequeña historia. El ambiente es convulso, estamos ante el paso de la Edad Moderna a la Edad Contemporánea, en medio de la lucha entre el antiguo despotismo y una nueva era iluminada por las luces de la Ilustración. En este periodo de mudanzas, Martín de Viloalle será expulsado una y otra vez de cada lugar que visite, y con él asistiremos como espectadores privilegiados, pero no como protagonistas, a este cambio permanente de paradigmas.

Como decíamos, en esta novela Casavella no pretende dibujar un panorama grandilocuente, sino que mantiene en todo momento un humor desacralizador, una visión irónica de personajes y acontecimientos. En algunos momentos incluso se permite bordear el folletín. Al fin y al cabo, la trama de la novela se puede leer como un baile de mascaras en el que las personalidades son difusas, los destinos inciertos y los vampiros, por muy presentes que estén, nunca llegan a desvelar su misterio.

Editorial Destino


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