viernes, 13 de marzo de 2015

Casarse, de August Strindberg


De igual manera que hoy es difícil pensar que hace apenas un siglo Suecia era uno de los países más pobres y atrasados de Europa, resulta arduo imaginar las condiciones de las mujeres en aquella época, cuando los más elementales derechos les eran negados y cualquier intento de igualdad era considerado incluso una blasfemia. Es en este contexto en el que hay que situar a August Strindberg cuando escribió Casarse para poder empezar a intentar comprenderlo.

Tarea en absoluto sencilla, pues no solo algunas opiniones de Strindberg hoy aparecen totalmente desfasadas, sino que a menudo son tan radicalmente opuestas que parecen proceder de dos personas diferentes. Por ejemplo, si en el prólogo a la primera parte de Casarse expone un progresista programa en defensa de las mujeres en el que solo previene del voto feminino hasta que las mujeres hayan alcanzado una educación que las permita expresar su propia opinión (idea discutible, pero razonada), en el prólogo a la segunda parte sale con la peregrina idea de que el voto les debería estar vedado porque no realizan el servicio militar.




Y es que a menudo da la impresión de que Strindberg tenía una mente estrecha, en el sentido de que sus propias experiencias personales marcaban su ideología. Como le pasa a todo el mundo, cierto, pero en el caso de un artista se corre el peligro de que esas ideas ensombrezcan su creación, que se puede convertir en una burda manera de expresar a través de la literatura posiciones políticas, con el peligro de caer en el sermón. Y el verdadero artista siempre debe situarse por encima de sus propias convicciones.

Algo que sí se tiene que valorar en Strindberg es que nunca cae en el paternalismo, mal que afecta a gran parte del feminismo masculino. La estridente misoginia que cala a lo largo de su obra no se esconde tras unos supuestos principios naturales ni es determinista. Lo malo es que es frecuente que Strindberg se exprese como un taxista de caricatura en el que la intención provocadora puede quedar apagada tras la contundencia del exabrupto.

En la contraportada de esta edición de Casarse se cita a Ingmar Bergman, quien afirmó que había amado, odiado y lanzado libros de Strindberg contra la pared durante toda su vida. Hay que reconocer que en el caso de Casarse mi reacción dominante ha sido la de tirar el libro. Su lectura es una lucha constante, una discusión esforzada y agotadora. En comparación con Ibsen, con quien parece mantener un pulso constante, Strindberg es más desafiante y pone a prueba nuestras firmes posiciones de una manara mucho más radical. Del lector depende decidir si merece la pena.

Editorial Nórdica
VV.TT.

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