martes, 3 de noviembre de 2015

Diarios, de Samuel Pepys


En los diez años que abarcan los Diarios de Samuel Pepys (de 1660 a 1669), el autor pudo vivir de primera mano la restauración de los Estuardo (incluso acompañó al rey en el barco de regreso desde Holanda a Inglaterra), la mortífera peste de 1665, el incendio que arrasó Londres el año siguiente o diversas guerras que pusieron al país al borde de la ruina y la invasión. No es extraño pues que este libro se haya convertido en una fuente indispensable a la hora de conocer una época tan fascinante como la que Pepys describió con una minuciosidad notarial.

Pero estos Diarios son especialmente interesantes porque además de retratar unos acontecimientos de tal trascendencia histórica, Pepys también se dio la libertad de contar su propia vida sin ningún pudor. Protegido por su escritura en clave (en la que además, gracia a su facilidad para los idiomas, incluía fragmentos en español, francés o portugués en pasajes especialmente delicados), Pepys describió con detalle sus aficiones más íntimas y desveló los secretos de una sociedad que conocía profundamente.

Cierto que a veces el relato puede parecer rutinario (y eso que esta edición de Renacimiento solo recoge una parte reducida de los Diarios, que en su edición completa alcanza los nueve volúmenes), pero es gracias a esta naturalidad que se transmite la esencia de una época y el espíritu de una persona extraordinaria, sí, pero muy representativa de una época y un lugar. Pepys es a la vez protagonista y testigo y sus anotaciones una mezcla de confesiones y de retrato naturalista.




Así, muchas veces las páginas de estos Diarios son una sucesión de comidas (que no desmienten la mala fama de la gastronomía británica), trabajo (Pepys era un alto funcionario extremadamente competente), cotilleos (con tal proliferación de amantes que por momentos parece una crónica francesa), visitas al teatro (es conocido el desprecio de Pepys hacia Shakespeare) y escarceos amorosos (entusiasmo seguido de su correspondiente arrepentimiento).

Pero, entre escenas repetidas y mundanas, también se cuelan acontecimientos de una relevancia indiscutible. Por ejemplo, Pepys pasa de apoyar de corazón a Carlos II (como antes había hecho con Cromwell) a lamentar su ineficacia y la evidencia de que el monarca ponía sus intereses particulares por encima de los del país. Pepys, hijo de sastre que llegaría a ser miembro del parlamento, combina como nadie lo sublime y lo pedestre, las celebraciones de alto copete y las ruindades más rastreras.

Lo cierto es que Pepys no acaba de caer del todo bien. Es un ser profundamente egocéntrico, obsesionado con el dinero y que maltrata a su mujer. Pero el lector contemporáneo debe agradecerle su sinceridad, su capacidad para transmitir, pese al paso del tiempo, lo que habita en el fondo de su alma. Porque a través a estos Diarios no solo podrá conocer mejor su época, sino que certificará que, a lo largo del tiempo, la esencia del ser humano sigue siendo la misma.

Editorial Renacimiento

Traducción de Norah Lacoste y Victoria León

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