viernes, 13 de noviembre de 2015

La puerta de los ángeles, de Penelope Fitzgerald


La puerta de los ángeles es una novela repleta de misterios. Para empezar, bajo su apariencia de librito, esconde una nueva obra maestra de Penelope Fitzgerald. Su anécdota central ni tan siquiera alcanza la categoría de argumento, y sin embargo tiene una fuerza que pocos libros cargados de ambiciones alcanzan. Su estilo es ligero, fluido, sin alardes de estilo, pero incluso a través de la traducción (excelente, eso sí) se filtra el don para la escritura por el que Fitzgerald estaba bendecida.

Al principio puede parecer la típica novela inglesa de campus, con sus personajes excéntricos y sus diálogos en los que conviven con toda naturalidad propuestas trascendentes y una ironía omnipresente. Pero Fitzgerald es una experta en jugar con el lector (en el mejor sentido), y no solo se permite alegres saltos temporales y de punto de vista, sino que llegado un punto incluso se salta toda coherencia interna para introducir una historia aparentemente ajena, abandonando el punto de vista omnisciente para dar voz a un personaje secundario que se adueña de narración. Y funciona.




Como decíamos, apenas hay historia que contar. Tenemos a un joven profesor de Cambridge, científico pero que se fija en las cosas, y a una todavía más joven aspirante a enfermera, libre y generosa hasta el crimen. Un choque literal. Poco más que una screwball comedy. También se plantean cuestiones como la pérdida de fe, la existencia del alma o los límites del racionalismo. Y estamos en el momento mismo del nacimiento de la física atómica moderna. Elementos, como se ve, que no parecen muy fáciles de ligar. Pero...

Fitzgerald se lo toma todo a broma, pero con la mayor seriedad. Tiene algunos momentos que obligan a dejar el libro para desquitarse de la risa a gusto. Y escenas en los que, bajo una capa de sátira, plantea problemas eternos. También tiene otro misterio que no vamos a desvelar, pero que da al libro todavía otra capa de trascendencia. Con los poderes que le otorga la condición de escritora y creadora de mundos, Fitzgerald se guarda la posibilidad de conseguir la armonía perfecta.

Es muy difícil analizar un libro como La puerta de los ángeles, de hecho intuimos que penetrar en todos sus secretos sería como descifrar el código de un libro de claves. La lectura misma de la novela es un placer que no admite explicaciones, porque si nos paramos a pensar en qué consiste su maestría, por qué nos lo hace pasar tan bien y nos provoca tales sensaciones de plenitud, nos quedaríamos perplejos, sin capacidad de articular una explicación mínimamente convincente.

Y, sin embargo, estamos seguros de estar ante un libro único es irrebatible. Bueno, no tan único. Fitzgerald tiene más novelas.

Editorial Impedimenta
Traducción de Jon Bilbao


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