Da la sensación de que en
el imaginario mercado de valores literario (tan fiable como el real)
las acciones de John Irving llevan tiempo a la baja. Sí, sigue
siendo un autor respetado y sus nuevos libros tienen cierta
repercusión, pero digamos que la aparición de una nueva novela con
su firma ya no es un “acontecimiento”. Y sin embargo, en Personas
como yo demuestra que sigue siendo un escritor de primera categoría.
Quizá el que no se le
preste tanta atención se deba a su reincidencia en ciertos temas y
personajes. La sexualidad conflictiva, un internado en Nueva
Inglaterra, viajes por Viena y otros lugares de Europa (en esta
ocasión, con un importante papel para Madrid), el ejercicio de la
lucha... Pero que un autor se mantenga fiel a sus principios, siempre
que no caiga en la reiteración o la autocomplacencia, no debería
ser un problema. Como dice un personaje en esta novela respecto a los
libros que escribe el protagonista: “Los mismos temas de siempre,
pero mejor tratados: los llamamientos a la tolerancia nunca cansan”.
Porque precisamente eso es
Personas como yo, un alegato por la tolerancia y la diversidad. Pero
sin la moralina ni la pesadez que suele acompañar estas
proposiciones. Primero, porque Irving mantiene intacto su buen humor,
su maestría en las escenas cómicas y los diálogos brillantes.
Además, la construcción de la novela es soberbia: Irving plantea un
juego de planos temporales que resuelve con (aparente) sencillez y
logra mantener en todo momento la atención del lector. Y, una vez
más, Irving dibuja un plantel de personajes difícilmente olvidable,
desde Bill su protagonista, un chico bisexual que no encuentra
referentes, pasando por la señorita Frost, una misteriosa bibliotecaria que lleva
con dignidad su ostracismo, o Elaine, la amiga íntima de Bill que
soportará junto a él las bofetadas de la vida.
Personas como yo combina
la comicidad de la que hablábamos con una experiencia mucho más
terrorífica. En los libros de Irving también es habitual
encontrarse con sucesos luctuosos, pero pocos tan terribles como el
mostrado en el capítulo Un mundo de epílogos, en el que se describe
sin tapujos todo el dolor y la pérdida producidas por el sida
durante su época más asoladora, en los años 80.
Después, llegará la
visita a Madrid y el extraordinario final. Si Dickens siempre ha
aparecido como el mayor referente de Irving (y Personas no es una
excepción), aquí Shakespeare también tendrá un papel
protagonista. Porque si los temas elegidos por Irving en otras manos
podrían caer en el sensacionalismo (“el Excesos” llaman al
novelista Bill), la delicadeza de su escritura y su capacidad de
comprensión logran que sus libros sean también manuales de
convivencia.
Editorial
Tusquets
Traducción
de Carlos Milla Soler
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