La vida extravagante de
Lytton Strachey ha hecho que se convierta en uno de esos escritores
casi más famosos por su propia biografía que por sus libros. De
hecho, aparte de por Victorianos eminentes, hoy apenas es reconocido
más allá que como perteneciente al Círculo de Bloomsbury. Sin
embargo, la lectura de Retratos en miniatura demuestra que se trata
de un autor que todavía se lee con gusto. Su estilo mezcla una
ligereza deliciosa con una visión más penetrante de lo que pudiera
parecer en un primer acercamiento.
Al hablar de John Aubrey,
Strachey dice que “Una biografía debería ser tan larga como la de
Boswell o tan breve con las suyas (…). Es mejor prescindir de los
tamaños intermedios, son preferibles las esencias puras: una imagen
nítida, sin explicaciones, transiciones, comentarios ni verborreas”.
Está claro a quién se está refiriendo Strachey en realidad.
Y, precisamente cuando
habla de James Boswell, Strachey desliza otra clave de su manera de
entender el arte de la biografía: “Sería difícil encontrar una
refutación más contundente de las lecciones de moralidad barata que
la biografía de Boswell. Uno de los éxitos más notables de la
historia de la civilización lo logró una persona que era un vago,
un lascivo, un borracho y un esnob”. En la línea de Edith Sitwell
y su Excéntricos ingleses, Strachey no se centra en las grandes
figuras de la historia, sino en personajes peculiares y a menudo
marginales, que a su modo, y al entender de Strachey, resumen el
carácter de una época.
Muchas veces estos
personajes son totalmente desconocidos para el lector español, pero
eso no es un problema, pues tampoco es que el lector inglés esté
familiarizado con ellos. Por eso no es tan extraño que la segunda
parte de Retratos en miniatura esté dedicado a seis historiadores.
Porque para Strachey la Historia, al no ser una ciencia, debe ser un
arte. Y como artistas trata a Hume o Gibbon. Lo importante no es lo
que cuentan, sino cómo lo hacen y cómo hablan de sí mismos en su
obra. Después de todo, Strachey es la demostración de que al final
eso es lo que cuenta.
Editorial Valdemar
Traducción, prólogo
y notas de Dámaso López García
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