viernes, 5 de julio de 2013

Alcancía. Vuelta, de Rosa Chacel



En esta segunda parte de los diarios de Rosa Chacel, que se inician en 1967 y llegan hasta 1981, tanto como los temas tratados, destacan los asuntos sobre los que apenas hay referencias. Casi no hay nada en ellos sobre la vida familiar de la autora, aparte de algunas insinuaciones. Lo más común es que despache su vida doméstica con anotaciones del tipo “esto es demasiado engorroso para hablar de ello” o “prefiero no comentar nada”. Y tampoco hay en Alcancía apreciaciones políticas. Nada respecto a Brasil y ni una sola referencia a la muerte de Franco, que tuvo lugar cuando ya había regresado a España, o a los sucesos de la transición.

Por el contrario, sí que son tratados en abundancia temas que un intelectual con ambiciones de pasar a la posteridad habría apartado por intrascendentes. Abundan, por ejemplo, los sueños detallados, lo que muestra lo poco que le importaba a Chacel lo que podría interesar o no a sus lectores. También, sobre todo en la primera parte, hay multitud de comentarios sobre las películas que veía. Respecto a sus apreciaciones literarias, casi siempre van contra corriente.

En varias ocasiones Chacel apunta que quiere que su diario sea un simple recordatorio, un referente para sabe lo que ha hecho y lo que tiene que hacer, por muy pedestres que sean estos propósitos. Algo frustrante es su continua manía de decir “me ha pasado algo muy importante, pero no tengo fuerzas para contarlo ahora”, o “he tenido un encuentro interesantísimo, mañana lo detallaré”, y por supuesto ese mañana nunca llega.



Alcancía se puede leer también como un libro epistolar sin cartas. Chacel siempre está escribiendo cartas y esperándolas. Se desespera porque no tiene ganas de responder a toda su correspondencia, pero lo que realmente le sienta como un tiro es no recibir a tiempo las cartas esperadas. Con temor a extravíos, a enfermedades, a enfados, parece estar siempre pendiente de la llegada del cartero, que ineludiblemente (aparezca la carta o no) supone una decepción.

Se podría decir que Alcancía es un libro seco, a veces hasta despiadado. No hay en este diario ni una gota de sentimentalismo, lo que no significa que no haya sentimiento. El predominante es la desesperación. En sus años brasileños Chacel se lamente del poco caso que le hacen, que a su edad siga teniendo que preocuparse por tener una mínima seguridad económica y el reconocimiento intelectual que se merece. Pero cuando regresa a España y triunfa de manera indiscutible, sigue sin sentirse cómoda. No es de extrañar que la expresión más utilizada en el libro sea “esto es atroz” y sus variantes.

Sin embargo, hay algo en Chacel que la sitúa por encima de estas rabietas. Es como ver a un genio quejarse de que todo le sale mal y que nadie le aprecia mientras escribe obras maestras y es adorado por todo el mundo. Mientras, Chacel, con más de 70 años, vive en una perpetua dieta, piensa en operarse la papada, compra vestidos y colonias de capricho. Es un coqueteo permanente que también se trasluce en su escritura. Y el lector cae rendido.


Editorial Seix Barral


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