En esta segunda parte de
los diarios de Rosa Chacel, que se inician en 1967 y llegan hasta
1981, tanto como los temas tratados, destacan los asuntos sobre los
que apenas hay referencias. Casi no hay nada en ellos sobre la vida
familiar de la autora, aparte de algunas insinuaciones. Lo más común
es que despache su vida doméstica con anotaciones del tipo “esto
es demasiado engorroso para hablar de ello” o “prefiero no
comentar nada”. Y tampoco hay en Alcancía apreciaciones políticas.
Nada respecto a Brasil y ni una sola referencia a la muerte de
Franco, que tuvo lugar cuando ya había regresado a España, o a los
sucesos de la transición.
Por el contrario, sí que
son tratados en abundancia temas que un intelectual con ambiciones de
pasar a la posteridad habría apartado por intrascendentes. Abundan,
por ejemplo, los sueños detallados, lo que muestra lo poco que le
importaba a Chacel lo que podría interesar o no a sus lectores.
También, sobre todo en la primera parte, hay multitud de comentarios
sobre las películas que veía. Respecto a sus apreciaciones
literarias, casi siempre van contra corriente.
En varias ocasiones Chacel
apunta que quiere que su diario sea un simple recordatorio, un
referente para sabe lo que ha hecho y lo que tiene que hacer, por muy
pedestres que sean estos propósitos. Algo frustrante es su continua
manía de decir “me ha pasado algo muy importante, pero no tengo
fuerzas para contarlo ahora”, o “he tenido un encuentro
interesantísimo, mañana lo detallaré”, y por supuesto ese mañana
nunca llega.
Alcancía se puede leer
también como un libro epistolar sin cartas. Chacel siempre está
escribiendo cartas y esperándolas. Se desespera porque no tiene
ganas de responder a toda su correspondencia, pero lo que realmente
le sienta como un tiro es no recibir a tiempo las cartas esperadas.
Con temor a extravíos, a enfermedades, a enfados, parece estar
siempre pendiente de la llegada del cartero, que ineludiblemente
(aparezca la carta o no) supone una decepción.
Se podría decir que
Alcancía es un libro seco, a veces hasta despiadado. No hay en este
diario ni una gota de sentimentalismo, lo que no significa que no
haya sentimiento. El predominante es la desesperación. En sus años
brasileños Chacel se lamente del poco caso que le hacen, que a su
edad siga teniendo que preocuparse por tener una mínima seguridad
económica y el reconocimiento intelectual que se merece. Pero cuando
regresa a España y triunfa de manera indiscutible, sigue sin
sentirse cómoda. No es de extrañar que la expresión más utilizada
en el libro sea “esto es atroz” y sus variantes.
Sin embargo, hay algo en
Chacel que la sitúa por encima de estas rabietas. Es como ver a un
genio quejarse de que todo le sale mal y que nadie le aprecia
mientras escribe obras maestras y es adorado por todo el mundo.
Mientras, Chacel, con más de 70 años, vive en una perpetua dieta,
piensa en operarse la papada, compra vestidos y colonias de capricho.
Es un coqueteo permanente que también se trasluce en su escritura. Y
el lector cae rendido.
Editorial
Seix Barral
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