lunes, 1 de julio de 2013

Los pichiciegos, de Fogwill




Según la leyenda, Fogwill escribió Los pichiciegos en solo tres días, precisamente los días finales de la Guerra de las Malvinas. Sin cuestionar esta versión ni dejarse llevar por mistificaciones propias de literatos, lo cierto es que la lectura de la novela trasmite una sensación febril y de urgencia que casa perfectamente con una situación histórica que vista hoy parece casi surrealista.

En un contexto de debacle moral y físico, es difícil enfrentarse a los hechos de manera directa, y quizá por eso en el estilo de Fogwill llama la atención un uso continuo de metáforas y parábolas. Pero este tipo de literatura que juega con el simbolismo, o peor aún, con las tesis, suele envejecer muy mal. Sin embargo, 30 años después de su publicación, Los pichiciegos mantiene toda su pujanza, y eso se debe a que es mucho más que un libro en clave.



Porque las metáforas pueden parecer obvias (esos soldados subterráneos, esos barcos a la deriva), pero lo que realmente queda de la lectura del libro es una descripción de ambientes escalofriante,y no porque sean especialmente realistas. De hecho, ni tan siquiera son descripciones al uso. Al contrario, muchas veces las situaciones relatadas son como alucinaciones, difíciles de captar al principio, como si fuera un mundo de muerte y desolación al estilo de Pedro Páramo. En todo el libro apenas hay descripciones clásicas, objetivas, todo esta visto desde una perspectiva al borde de la locura, cuando ya nada tiene sentido.

El otro punto que ha convertido a Los pichiciegos es un clásico contemporáneo es el uso del lenguaje. Fogwill consigue imprimir a sus diálogos de una vivacidad y contundencia que golpea al lector de manera continua. Es cierto que a la edición no le habría venido mal un glosario de argentinismos, pero aún así se capta de manera perfecta un estilo creativo y preciso que no busca caracterizar personajes ni retratar de manera precisa un lugar o una historia clásica, sino un estado de ánimo en el que esa realidad ha sido subvertida y solo queda el desasosiego.


Editorial Periférica


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