lunes, 15 de septiembre de 2014

Gálvez en la frontera, de Jorge M. Reverte


En El hombre más buscado, la adaptación recién estrenada de la novela de John Le Carré, da la sensación de que el muy listo protagonista no ha leído ninguna novela del propio Le Carré: solo así se entiende que no se vea venir lo que va a pasar. Por el contrario, Jorge M. Reverte sí que se conoce a sus clásicos, y transforma el ya manido personaje de periodista descreído envuelto en una situación que le supera en algo diferente: un divertimento poco respetuoso con las reglas y tan anárquico en su desarrollo como gozoso en su lectura.

Con Gálvez en la frontera entramos en situación enseguida: un Madrid muy reconocible (esa ciudad que para sus habitantes es la peor del mundo, pero que sabe integrar como ninguna), mezclado con un Madrid transformado en poblacho del salvaje oeste, con la plaza del Progreso convertida en el río Grande y Lavapies en algo así como Tijuana. Y todo esto descrito en un tono muy tintinesco, con Gálvez en funciones de intrépido (o quizá más apropiadamente inconsciente) periodista de investigación.




En este cóctel (que no es un dry martini sin martini) tenemos de todo para disfrutar: moros y chinos que se enfrentan a navajazos, empresarios japoneses con intereses turbios, unos papeles perdidos que ejercen de perfecto macguffin, escarceos sentimentales, viajes exóticos, peligros sin fin a la vuelta de la esquina, una trama delictiva enrevesada, personajes extremos y siempre una buena réplica preparada. Lo dicho, que Reverte se conoce el oficio (también el de periodista) y le sabe sacar las vueltas.

Cuando hace falta, el autor también sabe ponerse serio. Las inmundicias del mundo empresarial son reveladas con claridad pero sin tópicos, y el “drama de la inmigración” pasa de ser un lugar común a verse reflejado en toda su crudeza. Otro aspecto curioso del libro es la cantidad de horas muertas que pasa su protagonista. Cierto que vive numerosas aventuras, pero cada pocas páginas se encuentra en su apartamento en lo que parece un perpetuo domingo por la tarde, sin nada que hacer. Y es que tampoco hay que tomarse las cosas a la tremenda.

Editorial Booket

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