jueves, 19 de noviembre de 2015

Señores niños, de Daniel Pennac


La idea inicial de Señores niños es tan sencilla como una redacción escolar: unos niños se despiertan un día transformados en adultos, mientras que sus padres han vuelto a ser niños. ¿Qué pasa después? Un argumento sugerente pero que en principio no parecería dar mucho de sí, más allá de alguna divertida escena de equívocos, para terminar explicándose como un sueño o la broma de un hada juguetona.

Sin embargo, sabemos que Daniel Pennac no se iba a conformar con hacer las cosas tan sencillas. Con su habitual estilo fresco y natural, consigue convertir Señores niños en un relato que evita todas las trampas de la literatura juvenil (la más peligrosas de las cuales es la condescendencia), trasformándose él mismo en un chaval de doce años que sabe reflejar con viveza y gracia unos sentimientos que parecerían ya imposibles de recuperar.




Y eso que uno de los grandes aciertos de la novela es encontrar la voz narradora nada menos que en un fantasma. Bueno, o en algo parecido. Como bien repite el profesor Crastaing, la imaginación no es la mentira. Pero hay que tener cuidado con las fabulaciones, no porque puedan convertirse en realidad, sino porque en una novela, todo vale, pero no vale todo. Se puede jugar con los límites de la verosimilitud, pero un paso en falso y todo el montaje se viene abajo.

Por suerte, sabemos que con Pennac esto no va a pasar. Con nuevos personajes, pero sin salir de su querido barrio de Belleville, Pennac mantiene todo su sentido del humor, su gusto por la aventura cotidiana, su emoción sin sentimentalismos. En realidad las novelas de Pennac sí que son como cuentos de hadas, pero de hadas con un punto punk que disfrutan invirtiendo los valores de la sociedad convencional. Al lector solo le queda aprender a jugar con sus normas.

Editorial Mondadori

Traducción de Manuel Serrat Crespo

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