La reunión
entre Lord Byron, Mary Wollstonecraft, Percy Shelley y John Polidori
en el verano de 1816 en una villa cerca de Ginebra no solo propició
la creación de Frankenstein y El Vampiro, sino que ha
dado material suficiente para que multitud de creadores investiguen,
especulen y fantaseen sobre lo que allí sucedió. Y no es para
menos, pues según se propone demostrar William Ospina en El año del verano que nunca llegó, allí nació la mitología moderna.
No hay ninguna
duda de que el suceso es jugoso. Es inusual que se juntaran tal
cantidad de talentos y biografías apasionantes en un mismo lugar, y
además en un momento tan particular como ese verano que, debido a la
erupción del volcán Tambora, nunca llegó a producirse. Pero es que
además en esos días se fraguó la creación de dos figuras que en
poco tiempo iban a definir los miedos modernos y que todavía hoy nos
acompañan.
Por eso no es de
extrañar que Ospina cayera fascinado ante esta historia que estaba
reclamando ser contada, y que tantos escritores han intentado hacer
suya. El acercamiento de Ospina es tan personal que ha convertido El
año del verano en una investigación que atañe tanto a lo que
pasó en Villa Diodati como a su propia persona. Así, el libro se
convierte en un documental sobre su propia elaboración, repleto de
vivencias íntimas y de secretos sobre cómo una obsesión se puede
transformar en una obra de arte.
Pero El año
del verano no es uno de esos libros cerrados en los que la
introspección expulsa al lector. Ospina no se olvida de su objetivo
principal y a través de una compleja y a menudo sorprendente
concatenación de casualidades, de nombres entrecruzados, de legados
compartidos, construye una visión amplia y poética que intercala
con total naturalidad pasado y presente, mito y razón, literatura y
vida. No es raro que tal empeño le costara al autor la salud: es el
sacrificio que impone la búsqueda de la verdad.
Editorial
Random House
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