En
la introducción a Al diablo con Picasso, recopilación de sus
artículos de principios de los años 90, Paul Johnson incluye
algunos útiles consejos sobre cómo escribir una buena columna. Lo
que no dice es que para un lector es sano frecuentar a columnistas
que expresen opiniones contrarias a las suyas y que le permitan
reflexionar sobre ideas que daba por asumidas. Es probable que la
discrepancia se mantenga, pero al menos le servirá para contrastar
con puntos de vista dispares y que se plantee la posibilidad de estar
equivocado. Como mínimo, y este sí es uno de los consejos de
Johnson, habrá aprendido algo.
Por
ejemplo, el primer artículo de la colección expresa una postura
poco concurrida: la generalización de la universidad ha sido una
catástrofe que ha provocado una masa de jóvenes improductivos que,
para más inri, poco aprenden en estos “templos de saber” y que
además pueden convertirse en máquinas ideologizadas debido a la
labor proselitista de los profesores. Esta será solo la puerta de
entrada a una sucesión de críticas que abarcan desde el arte
moderno a la impostura de lo políticamente correcto, dictaduras que
Johnson detesta y que ataca con ironía y saña.
Porque
Johnson es lo que se entiende por un conservador arquetípico (y eso
porque es inglés, en España tendría otro calificativo). Es
xenófobo (no hay nada que odie más que a los franceses, con la
posible excepción de los ecologistas), homófobo (aunque no
misógino, quizá porque para él ambas condiciones son
incompatibles) y chovinista (el mundo se divide entre Inglaterra y
los bárbaros). En un autor como Chesterton, profundamente admirado
por Johnson, podemos justificar algunas de sus boutades diciendo que
en su época la gente pensaba de manera diferente, pero ha pasado muy
poco tiempo para que algunas de las expresiones de Johnson no nos
sigan pareciendo repugnantes.
A
menudo las columnas de Johnson son genuinamente divertidas, llenas de
ingenio y con una gran inventiva a la hora de atacar a sus enemigos.
Pero en otras ocasiones el autor parece una parodia de sí mismo, de esa
imagen que tenemos del recalcitrante conservador británico, cascarrabias e incapaz
de ver más allá de sus narices, quizá todavía deprimido por la salida del poder de Margaret Thatcher. En cualquier caso, Johnson sabe
mucho de muchas cosas (aunque no exhibe sus conocimientos con
pomposidad), y junto a él podemos pasar grandes momentos. Y cuando
ya no soportamos otra imprecación campanuda, lo tenemos fácil:
seguro que el siguiente artículo nos reconciliará.
Javier
Vergara Editores
Traducción
de Carlos Gardini
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