En
una escena de Mil veces buenas noches, unos padres critican a una
maestra por intentar inculcar responsabilidad a sus hijos de ocho
años, a lo que Rebecca, la comprometida fotógrafa de guerra
interpretada por Juliette Binoche, replica que precisamente eso es lo
que deben hacer los maestros, educar. Esta misma ideología tan
pasada de moda es la que expresa Constantino Bértolo a lo largo de
La cena de los notables, donde reivindica para la literatura un papel
que vaya más allá del simple entretenimiento. La literatura debe
atreverse a traspasar las fronteras del convencionalismo e implicarse
de manera directa en la realidad social.
La
responsabilidad empieza, obviamente, en el propio escritor, que puede
optar por ceñirse a las normas del mercado y repetir las viejas
fórmulas ya gastadas pero de inexorable permanencia, refugiándose
en conceptos como “oficio” o “técnica”; o arriesgar atacando
a la contra, saltándose las restricciones de lo que se podría
llamar “literatura de salón” y encaminarse hacía territorios
más personales y a la vez con una repercusión política, lo que por
otra parte sin duda facilitaría su estancamiento en la marginalidad
y la irrelevancia: siempre se trata de una decisión difícil y que
supone concesiones.
También
el lector debe ser responsable en su tarea. Es común escuchar a
lectores que dicen buscar solo pasar un rato, evadirse, evitar los
libros que les hagan pensar (aunque esto no se diga de manera tan
cruda). Quizá Bértolo es demasiado tajante, pues también debe
haber espacio para la literatura más ligera, pero descartar por
principio la literatura “seria” supone un empobrecimiento que
convierte la lectura en un ejercicio no más noble que otros
considerados en general como degradantes y vulgares.
Por
último, en este pacto de responsabilidad el crítico tiene la tarea
más discutible. Es el “aduanero” que decide qué es realmente
buena literatura. Pero apenas quedan exponentes de críticos con
verdadero criterio, formación y credibilidad. Pocas son las voces
que se alcen contra el consenso que hace que traguemos con la
ideología dominante como si fuera la única posible y que convierte
los libros en serie en los únicos realmente válidos (los demás son
para raritos o desfasados). Por eso la obsolescencia de Bértolo se
hace imperativa, porque necesitamos que nos recuerden el valor de la
disidencia.
Editorial
Periférica
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