jueves, 28 de agosto de 2014

Ángeles derrotados, de Denis Johnson


Se suele decir que los escritores tienen complejo de dioses, que a través de sus palabras crean mundos en los que ellos ejercen de dueños y señores, donde mueven a sus criaturas a su capricho. En el caso de Ángeles derrotados se podría argumentar que Denis Johnson actúa como el dios implacable que trasteaba con Job a su antojo para ponerle a prueba. Los personajes de la novela padecen todo tipo de castigos, hasta tal punto que se podría acusar al autor de cierto sadismo. Si la escritura de Johnson fuera una religión, en esta no habría cabida para la piedad ni la redención.

Porque Johnson jamás muestra la menor simpatía por sus creaciones. Ni los juzga ni los justifica, pero los pone en un mundo de dolor y tragedia en el que tendrá que ser el propio lector quien emita su propio veredicto. Habría sido más fácil y accesible darle a la durisima historia narrada en Ángeles derrotados un tono melodramático, o incluso reivindicativo. Pero, por ejemplo en el caso de la pena de muerte, no hay posicionamiento alguno: Johnson sencillamente presenta los hechos y deja a cada cual a solas con su conciencia.



Ángeles derrotados fue la primera novela publicada por Johnson, y 25 años después es más fácil encontrar en ella algunas de las características de su obra. Johnson comenzó su carrera literaria como poeta y en sus últimos libros, como Que nadie se mueva a alcanzado una extraña síntesis entre alta literatura y pulp. Ya en el caso de Ángeles derrotados se producía esta rara transición entre una novela de “autor” y el género negro, entre drama personal e historias de atracos, y Johnson demuestra la habilidad suficiente para no causar extrañamiento, sino que la historia se desarrolla sin quiebros narrativos, en una caída abisal.

Gracias a este estilo mutante que combina exaltación lírica (con implicaciones espirituales y existenciales) y los más bajos instintos humanos, Johnson escapa tanto de la consideración de estilista ajeno al mundo que le rodea como de cultivador del realismo más sucio. Esto le sitúa en una posición difícil de etiquetar, de la misma manera que el lector en ningún momento sabe por dónde podrá continuar la historia. Esta incertidumbre, más metafísica, podríamos decir, que narrativa, nos provoca inquietud y desasosiego. Nosotros también somos víctimas de ese dios despiadado en el que se ha convertido Johnson.

Editorial Anagrama
Traducción de Benito Gómez Ibáñez

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