Ya
desde su primera novela, El silencio del bosque, se notaba que Tana French tenía algo especial. Hay numeroso autores de novela negra muy
competentes, que saben cómo construir una trama y manejan con
soltura una gran cantidad de trucos para mantener la atención del
lector. Pero El silencio del bosque era diferente: French tiene la
capacidad para crear personajes de carne y hueso inolvidables (algo
no tan común entre esa cáfila de detectives que acaban por
mezclarse) y la habilidad para crear historias paralelas, no
estrictamente criminales, que enriquecen sus novelas hasta
convertirlas en una experiencia totalmente insólita incluso para el
lector más saturado del género.
Esta
peculiaridad se acentúa todavía más en La última noche de Rose Daly (Faithful Place), en la que el argumento detectivesco, pese a
ocupar el centro de la historia, pasa a un segundo plano. En realidad
la investigación no tiene mucho misterio y la resolución, en una
estructura clásica, podría parecer descafeinada. Pero es que lo
importante para French, y lo que golpea al lector, es la historia
familiar de Francis Mackey (personaje que ya aparecía en En piel
ajena). Un embrollo de abusos, discordias y desencuentros que parece
no tener fin y en la que el aplazamiento de la condena solo concede
un poco más de tiempo antes de que la tragedia explote.
French
también despliega todo su talento literario en la construcción de
ambientes. En La última noche se adentra en un barrio marginal de
Dublín que acabaremos por conocer en toda su miseria, lo que nos
ayuda a comprender el comportamiento de sus personajes. La marca de
los orígenes, evidente en el paisaje circundante, actúa como si se
tratara de un destino del que es imposible evadirse, y ni tan
siquiera toda la tenacidad del mundo será capaz de facilitar la
huida. Por eso, cuando empieza a atisbarse la salida, nada impedirá
a sus personajes hacer todo lo posible por alcanzar su meta. Y esto
vale tanto para el héroe, Francis, que no lo es tanto, como para su
némesis.
French también describe de manera oblicua la crisis que
sacude Irlanda. La autora diagnostica que una sociedad corrupta, en
la que los valores se han invertido y la satisfacción propia es el
único objetivo frente al sentimiento comunitario, está destinada a
la autodestrucción. Porque al fin y al cabo la sociedad la forman
individuos. Así que no está muy claro dónde empieza el círculo
vicioso, y si las tinieblas llegan hasta el hogar, apenas queda
espacio para la esperanza.
Editorial
Círculo de Lectores
Traducción
de Gemma Deza Guil
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