miércoles, 20 de agosto de 2014

La última noche de Rose Daly, de Tana French


Ya desde su primera novela, El silencio del bosque, se notaba que Tana French tenía algo especial. Hay numeroso autores de novela negra muy competentes, que saben cómo construir una trama y manejan con soltura una gran cantidad de trucos para mantener la atención del lector. Pero El silencio del bosque era diferente: French tiene la capacidad para crear personajes de carne y hueso inolvidables (algo no tan común entre esa cáfila de detectives que acaban por mezclarse) y la habilidad para crear historias paralelas, no estrictamente criminales, que enriquecen sus novelas hasta convertirlas en una experiencia totalmente insólita incluso para el lector más saturado del género.

Esta peculiaridad se acentúa todavía más en La última noche de Rose Daly (Faithful Place), en la que el argumento detectivesco, pese a ocupar el centro de la historia, pasa a un segundo plano. En realidad la investigación no tiene mucho misterio y la resolución, en una estructura clásica, podría parecer descafeinada. Pero es que lo importante para French, y lo que golpea al lector, es la historia familiar de Francis Mackey (personaje que ya aparecía en En piel ajena). Un embrollo de abusos, discordias y desencuentros que parece no tener fin y en la que el aplazamiento de la condena solo concede un poco más de tiempo antes de que la tragedia explote.




French también despliega todo su talento literario en la construcción de ambientes. En La última noche se adentra en un barrio marginal de Dublín que acabaremos por conocer en toda su miseria, lo que nos ayuda a comprender el comportamiento de sus personajes. La marca de los orígenes, evidente en el paisaje circundante, actúa como si se tratara de un destino del que es imposible evadirse, y ni tan siquiera toda la tenacidad del mundo será capaz de facilitar la huida. Por eso, cuando empieza a atisbarse la salida, nada impedirá a sus personajes hacer todo lo posible por alcanzar su meta. Y esto vale tanto para el héroe, Francis, que no lo es tanto, como para su némesis.

French también describe de manera oblicua  la crisis que sacude Irlanda. La autora diagnostica que una sociedad corrupta, en la que los valores se han invertido y la satisfacción propia es el único objetivo frente al sentimiento comunitario, está destinada a la autodestrucción. Porque al fin y al cabo la sociedad la forman individuos. Así que no está muy claro dónde empieza el círculo vicioso, y si las tinieblas llegan hasta el hogar, apenas queda espacio para la esperanza.

Editorial Círculo de Lectores
Traducción de Gemma Deza Guil

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