François Mauriac es uno de esos autores de enorme prestigio (premio Nobel
incluido) que sin embargo ya casi no se lee. Pero hay una novela que
no solo mantiene intacta su aura de clásico, sino que al menos en
Francia sigue siendo una lectura habitual y que incluso cuenta con una reciente adaptación cinematográfica: Thérèse Desqueyroux, .
Seguramente su pervivencia se deba a que, como dice Jean Touzot en el
prólogo, el personaje de Thérèse tiene la complejidad y la fuerza
suficientes para convertirla en una de esas creaciones inmortales de
la literatura.
Es
inevitable al leer el libro de Mauriac el pensar en la Emma Bovary de
Flaubert, aunque frente a la ironía e incluso desprecio flauberiano
hacia su criatura, Mauriac muestra mucha mayor comprensión e incluso
simpatía. Y no es que justifique sus actos, pero al lograr
entenderlos consigue que la novela no sea la denuncia de un
comportamiento criminal o una burla de una señora de provincias,
sino un retrato ajustado y matizado sobre el sufrimiento de una mujer
que no encuentra su camino.
Al
otorgar la voz a Thérèse, Mauriac consigue que el lector entre en
su atormentada mente. No se trata solo de una cuestión de
descripciones (también aquí Mauriac se muestra magistral en el
dibujo de paisajes y ambientes), ni en el relato aséptico de una
vida como cualquier otra, que no debería haber conducido a la
tragedia, sino como mucho al drama cotidiano, sino de la propia
experiencia e Thérèse, quien repasa su vida desde la perspectiva
del derrumbe y el desconcierto actual.
Mauriac
siempre se muestra elusivo, sin explicar en detalle los sucesos
aludidos, ni tan siquiera los más determinantes, que sin embargo se
entienden sin problemas; también en la construcción de los
personajes, cuyas motivaciones siempre son esquivas. Pero es
precisamente este tono difuso el que da profundidad y realismo a la
historia que se cuenta, a esta Thérèse de carne y hueso, perdida y
abandonada en su propia perplejidad.
Editorial
Bernard Grasset
Edición en
castellano en Cátedra
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