Es cada vez más habitual
(aunque en ningún caso novedoso) que las obras de ficción
introduzcan personajes con alguna enfermedad mental. Últimamente los
trastornos más habituales son la bipolaridad y el síndrome de
Asperger, y se suelen tratar a menudo con superficialidad, a veces
con respeto, otras como un cliché. Pero es en las obras de no
ficción cuando estas patologías adquieren su verdadera dimensión,
cuando pueden ser realmente entendidas como el drama que suponen,
cuando pueden ser vistas como las experiencias traumáticas que
realmente son.
En Personne (Nadie)
Gwenaëlle Aubry narra con extrema empatía su investigación sobre
la locura de su padre (de hecho, es el complemente perfecto a Nada seopone a la noche, libro similar de Delphine de Vigan sobre la
enfermedad de su madre). Es difícil imaginar lo que supone escribir
un libro así, convertido casi en una obligación, un intento de
homenaje, de recuperación, teñido de arrepentimiento, pero sobre
todo de amor.
Para intentar dar algo de
orden a lo que podría convertirse en un torbellino de emociones,
Aubry estructura el libro en 26 capítulos correspondientes a las
letras del alfabeto francés. Tomando como referencia un texto
autobiográfico de su padre, va relatando las experiencias vividas
desde su niñez y la de su padre hasta la muerte de este. Sus cambios
repentinos, sus pasos de la exaltación al deterioro implacable, sus
intentos por convertirse en alguien, cuando tiene que luchar por
domar a todas las personalidades que viven en su interior.
La escritura de Aubry
tampoco es fácil. Elabora largas frases en las que la continuidad
está dada por el sentimiento, y no por la descripción. Los vaivenes
cronológicos se amoldan a un relato emocional y no narrativo. Pero
tiene una fuerza poética, un desgarro vívido, que amarra al lector
hasta dejarlo seco. Esperemos que pronto dispongamos de una versión
en español para descubrir a esta autora muy personal y creíble.
Editorial
Folio
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